Algo más que palabras
“Ya está bien de dejarnos enmascarar por falsos dioses que todo lo embadurnan de contiendas”.
Hay una atmósfera continua de falsedades que nos eclipsan lo verídico e impiden hasta reconocernos en la realidad; porque en lo auténtico realmente no puede haber tonalidades, sino timbres, o si quiere pulsos del alma, que nos conducen y reconducen continuamente al verdadero ser de las cosas. Por eso, es importante tomar la orientación debida, ser uno mismo para poder explorarse en la exactitud, que aunque nos duela y sea incómoda, su mística es perenne y su estética vivificante. De ningún modo se puede ocultar el embellecimiento de latidos que surge mar adentro. Lo que es, siempre será, por más vueltas que le demos. El reino de lo genuino está predestinado a permanecer. Al fin y al cabo, siendo un espíritu libre sometido a la evidencia, es cómo podemos avanzar hacia el verdadero bien, que no es otro que la coherencia entre el decir y el hacer. En cualquier caso, la unidad de los moradores es lo que da luz en los procesos, tanto para el esclarecimiento de la verdad como para la búsqueda de personas arrinconadas, excluidas, abandonadas, destruidas o desparecidas.
A propósito, cada 24 de marzo, celebramos el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. Con dicha onomástica, rendimos homenaje cada año a la memoria de tantos héroes olvidados, atrapados por las miserias humanas de sus análogos, a fin de que no se vuelvan a repetir las torturas, promoviendo la memoria de las víctimas de violaciones graves y sistemáticas, subrayando con ello, la importancia de que nuestras garantías básicas jamás se desmoronen. Hoy más que nunca necesitamos activos que nos hermanen y fortalezcan. La humanidad está desolada y el tejido social se está desmembrando. La gente está sufriendo, enferma y asustada. La señal que en un principio se envía al mundo, de que ya no se podía contener el Coronavirus, se ha visto que no es cierto, en cualquier batalla el ser humano la puede ganar si hacemos las cosas bien; entonces, hablemos claro y limpio. Tal vez esta crisis sea una llamada a la auténtica solidaridad.
No seamos cómplices, por tanto, de la mentira. Sabemos que al fin la verdad triunfa por sí misma. Para muestra, la importante labor y los valores del salvadoreño Monseñor Óscar Arnulfo Romero, promotor y defensor de los derechos humanos en su país. Su trabajo fue reconocido internacionalmente gracias a sus mensajes, en los que denunció violaciones de los derechos humanos de las poblaciones más vulnerables en el contexto de conflictos armados. Como humanista y defensor de la consideración del ser humano, sus llamamientos constantes al diálogo y su oposición a toda forma de violencia para evitar el enfrentamiento armado le costaron la vida el 24 de marzo de 1980. Sin embargo, su huella, el coraje de ser él mismo con la verdad como bandera, subsistirá en el tiempo. Esa antorcha de irradiación nadie la podrá apagar.
Por desgracia, hemos universalizado el engaño. Ser sincero acaba siendo un acto de sublevación. Es lo sensato, en medio de tantos poderes corruptos. Ceo que andamos sedientos de principios. Dejémonos de convivir bajo el estado de la confusión. Volvamos a nuestro interior, que es donde habitan las níveos palpitaciones que nos instan a ser camino. Quizás tengamos que tomar otros rumbos más ecuánimes, reparadores y de sanación. Ya está bien de dejarnos enmascarar por falsos dioses que todo lo embadurnan de contiendas. La responsabilidad del cambio es de todos. Cada cual desde su área de acción, seguro que puede hacer más por ennoblecer nuestra propia vida y la de los demás. Hay muchos problemas comunes sin resolver que precisan la puesta en marcha de medidas políticas concretas, pero también nosotros tenemos que empezar a sensibilizarnos sobre ese derecho a la verdad, al que se accede a través del amor y que todos merecemos. Sin ir más lejos, la información accesible y veraz es vital siempre, también durante la pandemia del coronavirus.
Téngase en cuenta que la certeza por sí misma es una causa justa, y como tal, hemos de permitir que nos alumbre, como hijos del amor que hemos de ser. Nuestra conciencia, por tanto, forma parte de ese fondo de transparencia y sinceridad que necesitamos respirar y verter en todas las lenguas del mundo. Lo esencial son esas vivencias constructivas, ese reencuentro con las raíces, y la fortaleza para avanzar juntos. Las divisiones nos empobrecen y destruyen. En todas las motivaciones heroicas, hay un espíritu de generosidad que nos mueve para enfrentarnos a los retos de la vida. Vamos a verlo con la recesión global que se avecina debido a la pandemia del coronavirus Covid-19, podemos hundirnos como especie, pero también podemos construir un nuevo amanecer entre todos, permitiendo que los sectores más afectados de la sociedad puedan superar la crisis con decencia, a través del pleno ejercicio de sus derechos humanos.
El autor es escritor.
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