Solidaridad es amor y responsabilidad

vive. ¿Qué clase de gente puede ser quienes demuestran indiferencia y hasta maldad con sus semejantes? ¿Han pensado que el mal podría atacar a cualquiera de sus familiares y amigos? ¿Sentirían ante ello la misma indiferencia y negligencia para no tomar las previsiones precisas para evitar el contagio y hasta la muerte?

El gobierno, al adoptar todas las medidas que puso en práctica no hizo otra cosa que cumplir con su deber primario y original de seres humanos y, segundo, su obligación y deber de ser gobernantes, de actuar en nombre de la nación y buscar que se preserve la salud poblacional, se eviten contagios y se impida la propagación de la enfermedad, aplicando con el debido rigor las medidas más apropiadas para el acatamiento de la ley. Pese a la falta de medios y hasta medicamentos precisos para atacar el mal, gobierno, médicos y enfermeras se esmeran y hacen lo posible por aliviar el dolor de quienes integran el grupo de los casos contagiados. Para ese personal médico, de enfermeras y propietarios o distribuidores de medicamentos, la gratitud de la población. Asimismo, es necesario resaltar la solidaridad de aquellos empresarios, profesionales y técnicos bolivianos abocados a fabricar vituallas y equipos necesarios para combatir el mal.

La solidaridad es un acto que refleja nobleza de sentimientos y deseos de cooperar con los que sufren, ayudan a aliviar el dolor y hasta difunden confianza y esperanzas de que lo que se haga, así sea muy poco porque las disponibilidades son mínimas, han cumplido con el deber solidario de preocuparse y atender a los que sufren, han tenido la oportunidad de combatir el mal que masivamente ataca al mundo; han mostrado que la raza humana no puede ni debe rendirse ante los embates de un mal que efectivamente puede causar mucho daño. La solidaridad es demostración de amor y servicio, de sentir cariño y apego por la vida de los demás como si fuera la propia. Dios, en su infinita bondad, seguramente premiará esas conductas y sentimientos prodigando lo que sea necesario para derrotar al mal que, como un mensaje demoníaco, parece pretender la división y hasta anulación de la humanidad porque el Coronavirus se ha convertido en eficiente distribuidor de males y que podría generar la aparición de otras enfermedades contra la vida. No entender estas realidades es negar toda virtud y valor del alma humana, es no sentir el mínimo amor y consideración por los que sufren, es negar el consuelo y la atención que querríamos para el indiferente, para el que hace de su vida un nomeimportismo irresponsable y marginal a todo lo bueno.

El Coronavirus, pese a que seguramente llegó sobrecargado de todo lo malo contra el ser humano, fue portador de un sentimiento o virtud: unidad entre todos para combatirlo, para deshacerse de él; para mostrar que el ser humano puede y debe combatir lo que le causa dolor y le hace daño. La unidad demostrada inclusive entre quienes rivalizan o tienen congelados sentimientos de cordialidad y amistad, es algo muy bueno que, si subsiste en la vida, podrá ayudar a combatir y derrotar a todo lo que causa malestar y desavenencias al ser humano.

Es tonificante creer siquiera que el Coronavirus ha sido factor de unidad así sea para combatirlo; es bueno sentir que la raza humana es obra noble del Creador y es capaz de combatir y derrotar a todo lo que complota y busca vencer la obra de Dios.

Quienes han demostrado indiferencia, estupidez, complejos, egolatrías y odios contra los componentes de su propio entorno y de la humanidad en general, sólo merecen condenas y un llamado a que se pongan en situación de los que sufren y no querrían el mismo mal para sí o para los suyos.