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[Jorge V. Ordenes-Lavadenz]

El distanciamiento social no es panacea


La forma lógica de controlar la propagación del coronavirus es evitar el contagio que produce el roce social normal de cercanía entre seres humanos. Hoy es anatema dar la mano o un abrazo, o ambos, e incluso acercarse a la persona a menos de un metro de ella que, por más que nos empeñemos, nos cuesta porque coarta impulsos ancestrales que demuestran afecto, apego y cariño por un prójimo que necesitamos y que nos necesita no solamente para preservar familias, sociedades, relaciones afectivas y sentimentales, sino también para preservar la especie. Y lo peor es que presentimos que el distanciamiento social ha llegado... y permanece.

Se trata de evitar que miles y miles se contagien porque los hospitales existentes e improvisados no abastecen, los médicos, enfermeras, ayudantes y hasta policías caen víctimas, y los muertos incluso sin enterrar se dan por miles en el mundo. Pero el roce social tradicional viene a ser un "mal necesario", anota C. Brooks (WP), ya que una enorme cantidad de estudios sociales destacan que tal roce tradicional resulta imprescindible para mantener la salud mental y el bienestar del ser humano. El psicólogo M. Seligman, U. de Pensilvania, postula que la práctica del acercamiento social es central a la felicidad humana que no solamente se aplica a familiares y amigos, también a extraños.

Paul Zac, profesor de sicología, U. de Claremont, California, ha estudiado los efectos del Oxytocin, un importante neurotrasmisor de placer (no confundirlo con el opiode Oxicontin) que actúa como hormona en el cerebro. A veces se la llama "molécula del amor" porque emerge cuando entramos en contacto con otros, estimula el bienestar, amortigua el estrés, aumenta la tolerancia y la amabilidad para con otros. Por el contrario, cuando estamos aislados y por ende con menos Oxytocin, nos sentimos vacíos y propensos a la depresión. Aislarnos unos de otros por el coronavirus y por mucho tiempo nos restará el Oxytocin que necesitamos para vivir normalmente e incluso sobrevivir saludables porque se produce por el roce físico de personas e incluso, por ejemplo, a los 20 segundos de un abrazo de una pareja de enamorados. La producción de Oxytocin también se estimula con el solo roce de amigos. En las mujeres un abrazo incluso reduce la presión sanguínea y la frecuencia de latidos del corazón. El contacto visual entre personas que se conocen, e incluso con desconocidos, estimula la producción de Oxytocin.

A. Brooks pregunta ¿Qué podemos hacer para que la secreción de Oxytocin sea normal en el distanciamiento social impuesto por el coronavirus? Desde luego los medios sociales no sirven porque no ofrecen contacto físico ni ocular, al contrario resultan un engaño porque mucha gente confía en ellos pero al final su soledad suele ser aún mayor, excepto cuando se recurre a medios como Skype o FaceTime que permiten visualizar y escuchar al interlocutor. Por otro lado urge procurar establecer contacto ocular aunque sea de 3,2 segundos incluso con extraños en el supermercado, la iglesia o donde sea. Aunque parezca increíble, mirarse con un perro estimula el Oxytocin. Finalmente, urge persuadir a los convivientes de casa a que cada dos horas nos demos un abrazo de 20 segundos. Con estímulos como los mencionados podemos atenuar los efectos devastadores del terrible y costoso distanciamiento social al que estamos sometidos por la plaga mundial que ha llegado y seguramente ha de permanecer ultimando hasta entrado el 2021... cuando acaso surja un medicamento efectivo e incluso una vacuna.

 
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