Manfredo Kempff Suárez
“La mañana del 16 de noviembre, el doctor Wong Chig Yu, al salir de su habitación, tropezó con un murciélago muerto en medio del rellano de la escalera…”. Así se podría empezar una novela moderna sobre el coronavirus, imitando el estilo de La Peste, de Albert Camus. La diferencia es que la plaga que narra Camus sucedió en Orán, Argelia, por los años 40 del siglo pasado, y que se debió a ratas infectadas. Supuestamente, se trataba de la peste bubónica, que provocaba muerte por la infección de los ganglios linfáticos. Pero pestes han existido a lo largo de toda la Historia, unas más graves que otras, que se las ha tenido que combatir, esencialmente, con el encierro, con la cuarentena.
El coronavirus (Covid-19) apareció en la ciudad de Wuhan, China, y luego se expandió de manera mortífera por Europa. Italia y España fueron las menos prevenidas y han tenido que sufrir consecuencias terribles. Solo cuando el mal estaba muy avanzado fueron adoptadas medidas médicas apropiadas y de aislamiento, pero llegaron tarde, cuando los contagiados eran millares, lo que provocó y sigue provocando una lamentable cantidad de dolorosos fallecimientos. En Estados Unidos parece que la situación se ha complicado bastante, aunque esa nación cuenta con suficientes recursos como, probablemente, para no sufrir lo que padece Europa, principalmente.
En nuestro país, hasta ahora, la peste no ha causado víctimas fatales. Y no las causará en la medida en que la población obedezca, estrictamente, las disposiciones del Gobierno, que es esencialmente la cuarentena. Además de lo que aconsejan las autoridades sanitarias, que están dedicando todas las horas de su tiempo y más, para que esa plaga no pretenda infectar masivamente a los bolivianos y se vayan a producir muertes, lo que sería terrible, desde el momento en que si cundiera el Covid-19 en los hogares, quedaría, para las personas mayores y enfermas, una menor esperanza de salvarse.
Tenemos que entender que, para evitar convertirnos en otros sacrificados de la peste china, debemos mostrar lo mejor que tenemos en cuanto a solidaridad y racionalidad. No podemos ser insolidarios ni irracionales cuando la amenaza mortal nos acecha a todos. No deben repetirse esos vergonzosos actos de repudio a los presuntos contagiados con el Covid-19, a quienes se les impedía internarse en hospitales o sanatorios, por pavor al contagio propio. Eso no es de cristianos, no puede suceder, y tanto peor aquellas voces deplorables que exigían muerte para los infectados que llegaran del exterior. Desde la Edad Media, cuando lapidaban a los infelices apestados, que no se oían esas expresiones. Esto, lo sabemos, no es producto de la maldad sino de la ignorancia. Existe demasiada ignorancia en Bolivia, lamentablemente. Pero este drama mundial, que nos amenaza, va a poner a prueba de que madera estamos hechos los bolivianos y cuánta es nuestra capacidad de resistencia, coraje, y desprendimiento ante la adversidad.
La política tiene que esperar porque más importante es la vida. No queremos un país asolado por la muerte. Ya veremos cuándo se producen las elecciones, que, por otra parte, no interesan tanto. Más que la política importa ahora la economía, porque es natural que la producción va a caer muchísimo, si quienes la activan están imposibilitados de trabajar. Y muchas familias padecerán la falta del ingreso diario para comer, porque sus pequeños negocios o sus avaros trabajos para sobrevivir han cesado. Esa tiene que ser la preocupación de todos en estos momentos de tensa espera.
Seguramente que el mundo cambiará bastante luego de esta peste, pero pestes hubo muchas y muchísimo peores que el coronavirus y la vida continuó. Bolivia también cambiará, pero será para mostrar su mejor cara, la del valor, la solidaridad y la disciplina. Esto que esperamos con mucho miedo, el coronavirus, puede que resulte, con el tiempo, un recuerdo de zozobra y nada más. Y que más bien nos marque en la memoria días de aprendizaje en que convivimos íntimamente con la familia, reconociéndonos a través del diálogo y descubriéndonos, lo que nos hacía tanta falta hacer.
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