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[Marcelo Chinche]

Entrelíneas

Sistemas de salud vs coronavirus


El coronavirus (Covid-19) puso a prueba la capacidad de reacción de las naciones del mundo traducidas en la aplicación de medidas de contención para frenar su rápida propagación, contagio y transmisión. Aunque en otro sentido, también ha desnudado las grandes limitaciones de los sistemas de salud en la región y cuyas características comunes dan cuenta de políticas deficientes de bioseguridad e incumplimientos de protocolos y estándares internacionales; además de insuficiente infraestructura, mobiliario, insumos, equipamiento y personal médico limitado.

Si bien tenemos los mismos problemas que los países más desarrollados, como enfermedades crónicas no transmisibles, al igual que enfermedades infecciosas propias, a las que se incorpora el Covid-19, debería preocuparnos la exigua inversión del PIB en salud pública del país, que tiene un sistema sanitario considerado “débil”, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

Esta realidad es perfectamente comprensible si revisamos el último reporte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sobre gasto en salud en América Latina, publicado por la BBC-News Mundo, de fecha 23 de marzo, donde Bolivia ocupa el puesto 17 de un total de 20 países; con un gasto per cápita (PPP) de $us -462, gasto público (% PIB) 4.4% y gasto privado (%PIB) del 1.9%. Países como Cuba, Chile y Uruguay destinan un gasto per cápita (PPP) por encima de los 2.000 dólares.

En relación con la capacidad hospitalaria, Cuba, Argentina y Uruguay superan el promedio global de 27 camas por cada 10.000 habitantes. Bolivia ocupa el puesto 15, con 11 camas de hospital para 10.000 habitantes y sin registro de capacidad de camas para unidades de cuidados intensivos. A ello se suma la paupérrima asignación de recursos humanos para salud, que refleja 0.47 Médicos (Per) por cada 1.000 habitantes y 1.01 enfermeras por 1.000.

Los datos presentados interpelan duramente las políticas estatales aplicadas durante 13 años, nueve meses y 18 días del gobierno de Evo Morales, cuya inversión para reformar y mejorar el sistema de salud nunca estuvieron orientadas a afrontar los nuevos desafíos relacionados, en gran medida, con la transición demográfica y epidemiológica, la universalidad y equidad en el acceso a servicios de calidad y de una cobertura poblacional apropiada. Situación tal que trajo consigo un costo social alto y efectos empobrecedores, principalmente hacia aquellos grupos y sectores en mayor situación de vulnerabilidad.

Por si fuera poco, publicitaron un Seguro Único de Salud (SUS) carente no solo de una reforma institucional al sistema de salud, sino que nació desfinanciada y sin contar con los recursos humanos, infraestructura e insumos necesarios para atender a 4.2 millones, que representa el 37% de la población total que no goza de seguro de salud. Cuán equivocado estuvo el autócrata cocalero al señalar que “entregar un campo deportivo, es como entregar un hospital” y que, junto a otras banalidades, caprichos y egolatrías, obstaculizaron resolver la crisis y la precaria situación del actual sistema de salud pública.

Hoy más que nunca debemos reconocer y valorar los esfuerzos de nuestros médicos, enfermeros y trabajadores del área de salud para afrontar y contener la emergencia sanitaria del Covid-19, que ha desnudado limitaciones de infraestructura, bioseguridad, atención de urgencias, hospitalización, previsión de unidades de cuidados intensivos y dotación de equipamiento necesario. A raíz de ello, no estamos lejos de vislumbrar graves dilemas éticos, en la hora de determinar a qué pacientes brindar atención prioritaria con los medios y recursos disponibles, muy similar a lo que viene sucediendo en Italia y España.

Por ello, es apremiante cumplir la cuarentena para reducir el número de contagios, el control, detección temprana y aislamiento de los portadores del virus y, de ese modo, ralentizar su difusión y propagación.

El autor es MGR. Docente e investigador.

 
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