Contra viento y marea
Un desafortunadísimo spot publicitario que creo –y espero- está dejándose de difundir en la televisión nacional, alienta abiertamente trastornos de pánico colectivo. No se entiende la intención de ese trabajo comunicacional que resulta antipático al oído, pero tremendamente agresivo al estado emocional que de por sí es de miedo en el mundo entero. La desmesura del mensaje por supuesto que ha provocado la indignación del televidente que espera de sus autoridades cierta prudencia en la transmisión de las precauciones que el ciudadano común, el de a pie, debe tomar para evitar contagios.
Anteriormente dijimos que el Gobierno de la presidente Jeanine Áñez ha tomado las medidas oportunas y correctas en una guerra sin cuartel contra el virus, y nos ratificamos en tal apreciación, pero esperar, por ejemplo de un niño, que por esta temporada está veinticuatro horas en su casa y probablemente muchas de ellas frente al televisor sin tener más opciones que oír hasta la saturación del nefasto mal que está asolando algunas ciudades de Europa y haciéndose cada vez más presente en nuestro continente; que cuando todo termine pueda salir sin temor a la calle, o ver salir a sus padres el día autorizado para ello, sin tener la sensación de que nunca más los va a volver a ver, es algo en que los iluminados de la comunicación en el gobierno parece que nunca se pusieron a pensar.
La amenaza del temible coronavirus hablando en primera persona, de que “nos va a encontrar” es una afrenta a cualquier estrategia comunicacional, porque pierde el horizonte del objetivo que debe ser parte insustituible del mensaje; y el objetivo de nuestras autoridades en salud debe ser el de alertar sobre el peligro que importa el contagio del virus, sus consecuencias y la forma en que podemos evitarlos; pero enviar un mensaje masivo de intimidación, como se lo hizo, resulta una apología de la fatalidad, máxime si quien lo dice, es el propio monstruo a quien por si fuera poco, se lo recrea grotescamente.
Todo gobierno tiene la obligación de preservar la seguridad de sus habitantes, así que las estrategias comunicacionales que suponemos involuntariamente, pero que implícitamente contienen mensajes subliminales de que hagamos lo que hagamos, el coronavirus que aun sin pies puede trasladarse de un continente a otro, de todas maneras nos va a encontrar y nos va a devorar, ha conseguido un resultado también patético en los de la tercera edad y aún en la población presuntamente menos vulnerable ante el enemigo común. Tosca grosería.
Los informes fríos que diariamente da a conocer el Ministro de Salud deben más bien contener información veraz y coherente, sin edulcorar la crisis, pero sin disfrazar el peligro. Hay que hacer una adecuada complementación de las medidas de fondo adoptadas. No caigan en la siniestra política publicitaria del anterior régimen, que ha logrado dar por cierto, falsedades colosales, en quienes no han tenido la posibilidad de acceder directamente a la verdad. Y la finalidad de la publicidad masiva, según el enfoque clásico de estrategia comunicacional, es que el comunicador debe situarse mentalmente en un estado deseado y desde esa posición tomar todas las decisiones necesarias en el presente, para alcanzar dicho estado.
Luego significa que el mensaje debe ser propositivo; en el caso del que hablamos, de educación e instrucción, pero jamás de ultimátum que en personas medianamente sensibles provoca estados psicológicos depresivos. Nuestras autoridades de comunicación, de muy mal desempeño, tampoco han tomado en cuenta que en el mundo hay evidencias de estados de severa ansiedad como para que se los incentive aún más, y certezas de varios suicidios solo por haberse enterado de ser portadores del coronavirus.
Informen con veracidad y objetividad. Mucho más edificante sería a ese respecto, no torcer la realidad diciéndonos que este virus tiene una incidencia del 2% de mortalidad, cuando los datos nos muestran que en La Paz estamos en un porcentaje del 19% y del 8% a nivel mundial, de víctimas fatales.
El autor es jurista y escritor.
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