Año tras año el mundo recuerda que Jesús, el Hijo de Dios, vino al mundo con una misión: salvación de toda la humanidad mediante Su nacimiento, Su vida, Su pasión, Su muerte y Su resurrección. Se dice, a nivel de varios credos religiosos que Jesús fue simplemente un Profeta enviado por Dios para anticiparse a la venida de Su hijo. En todos los credos, especialmente cristianos se ha tenido siempre la fe de que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador que vino para salvar al mundo y hacerlos hijos del Creador con el perdón de los pecados cometidos por todos los hombres. La fe nos ha enseñado que todo ello es cierto y el recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo nos trae a la memoria la certeza de que efectivamente, por efecto de nuestra fe en Dios, aseguramos nuestra salvación y los merecimientos precisos para ingresar al reino de Dios.
Quienes abrazamos la fe cristiana tenemos convicción de que Dios, en su infinita bondad y misericordia, tiene asegurado al ser humano de todos los tiempos la salvación eterna y para ello, en tiempos muy previos a la venida de Jesús, entregó a Moisés el Decálogo o Tabla de Salvación con un contenido: diez mandamientos que el hombre debe cumplir siempre, pero, debido al libre albedrío que el mismo Creador otorgó al ser humano, éste queda en libertad de cumplir o no esos mandamientos. Dios, por el infinito amor que siente por sus hijos que somos los hombres, nos ha perdonado por obra del sacrificio de Jesús con su muerte en la Cruz. Jesús, mediante sus prédicas, anunció que resucitaría al tercer día de haber muerto y así ocurrió. Luego de una permanencia de 40 días entre sus discípulos, se elevó al Reino de Dios todopoderoso con la promesa previa de que cuando así esté dispuesto el mundo para recibirlo, volverá.
La Semana Santa, recordada por la Iglesia Católica cada año, nos recuerda todo el pasaje de Jesús por la tierra, su pasión, muerte y resurrección y al rememorar cada uno de esos pasajes se fortalece nuestra fe y la promesa de cumplir con Dios y con nuestros semejantes pero practicando el amor al prójimo y la práctica de todo lo que haga bien a la humanidad que es el entorno que nos rodea y nos hace solidario con todos. Lamentablemente, quienes tienen poder no siempre acatan lo prometido a Dios y al romper esos propósitos, incumplimos el compromiso que significa salvación, hacemos abstracción de todo lo bueno que podemos y debemos practicar por el propio bien y de nuestros semejantes.
La humanidad, debido a los poderes terrenales que poseen los poderosos de la política, la economía, la cultura en todos sus límites y cualesquiera ciencia o técnica en el mundo, por soberbia hace caso omiso de los compromisos formulados ante Dios y no hace caso tampoco a lo prometido al conculcar los bienes que Dios otorgó al ser humano: la naturaleza con sus riquezas humanas, animales, vegetales y de otra índole, riquezas que fueron permitidas por el Creador para beneficio del ser humano que muchas veces prescinde del amor y sentido de justicia que debe tener por declarar guerras y confrontaciones entre todos los hombres prestos a intervenir en cualquier conflicto armado, tan sólo por complacer su propia egolatría o egocentrismo y para ello hace uso y abusa de los dones otorgados por Dios para la ciencia y la tecnología capaces de crear, ensayar y utilizar las armas más contundentes que sirvan para matar y causar males a la humanidad.
Sin embargo, Dios, mediante la propia naturaleza del ser humano, ha creado enfermedades y pandemias que sirven para que el hombre abandone la soberbia y no se auto-entregue al sacrificio de tener que soportar enfermedades y muerte por sus propias culpas, hoy, y desde hace cuatro meses, la mayoría de las naciones sufren la acción del coronavirus que ya cobra miles de vidas.
Lo que hoy sufre la humanidad tiene que ser lección que debemos aprender y cumplir con todo lo que signifique complotar contra Dios y contra nosotros mismos haciendo uso de la fe y de las condiciones que tenemos los hombres para ser humildes e implorar el perdón de Dios y de nuestros semejantes para superar no solamente el mal del coronavirus y otras enfermedades sino los males que hayamos esparcido en nuestra vida. La oración y los buenos propósitos y la promesa de nuevas condiciones de vida pueden hacer lo que, por otros medios, no podemos conseguir. Dios, misericordioso siempre, escuchará nuestros ruegos y hará que todo lo que aflige a la humanidad desaparezca y se torne en paz y armonía para reconstruir nuestra vida y los bienes que hacen falta a quienes nada poseen o tienen muy poco. Jesús, al hacer que recordemos Su resurrección, abrirá los caminos para que con fe y esperanza logremos abrir las compuertas de la esperanza y la fe en Dios para la solución de los problemas que nos aquejan.
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