El 2020 comenzó sorprendentemente diferente, en comparación con otros años, cuando la China registraba los primeros casos del COVID-19 con un incremento desmedido, cuyo saldo fue 3.331 muertes.
No se estaba prestando atención a esta enfermedad con síntomas de un resfrío fuerte que atacaba el sistema inmunológico y los pulmones de forma fulminante, convirtiéndose en pandemia por expandirse a Italia, España y otros países del hemisferio europeo y americano.
El mundo se paralizó e industrias, empresas y negocios empezaron a bajar en picada por la falta de ventas. La caída libre en las bolsas de valores, especialmente la de Nueva York, hizo que los activos financieros se desplomaran fuertemente en el mercado.
No se sabe a ciencia cierta el origen del Coronavirus. Hay voces que dicen que fue el virus del murciélago y animales silvestres que comía la gente en el mercado de Wuhan-China. Otros sostienen que fue un arma biológica creada en laboratorio, catalogada por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, como la tercera guerra mundial.
Más allá del origen del COVID-19, la humanidad necesitaba un alto a su desenfrenada maratón de correr por la vida y muchas veces con vicios que transgreden la moral, como los pecados capitales: gula, avaricia, lujuria, ira, pereza, envidia y orgullo.
A esa realidad se suman diversos hechos que estaban aniquilando la vida de la naturaleza y la fauna. Voraces incendios en Australia, África, Los Ángeles y Bolivia, entre otros, provocaron en 2019 un daño al ecosistema y la capa de ozono.
Entre las lacras de la sociedad está la drogadicción, promovida por los cárteles poderosos del narcotráfico, cuyos hombres corrompen a menores de edad, empacando la droga para exportarla a los grandes países donde la consumen. Suman la ambición y la sucia corrupción de las personas y grupos, que han desmantelado recursos de estados, sin pensar en el bien común, sino simplemente en amasar fortunas con dinero de oscuras intenciones.
El tráfico de órganos es otro mal por el cual se hace desaparecer a niños y jóvenes que son raptados, para vender sus órganos a países donde el precio de un riñón bordea los 262 mil dólares, mientras que un hígado, pulmón o corazón cuesta 250 mil y un par de ojos 1.525 dólares.
Vulneración a los derechos humanos, violencia desmedida, crímenes, feminicidios, violaciones a niños y adolescentes y atropellos a gente vulnerable que no tiene cómo defenderse por falta de justicia, colmaron el vaso de la mirada inquisidora de un ser superior: Dios.
En fin, hay una lista extensa del cáncer que estaba exterminando a la humanidad, a tal grado de actuar irracionalmente, pero visto como racional por la inconsciencia de algunos malos individuos.
¿Era necesario que un virus haya causado tanto impacto en el planeta?
Por supuesto que sí, porque ahora la tierra respira, las aguas de ríos y océanos se tornan más limpias y los animales caminan por las calles y avenidas libremente.
La cuarentena decretada por varias naciones por la peligrosa pandemia ha confinado en domicilios a millones de personas en sus casas por el miedo al contagio que se expande por el aire.
Paradójicamente, ahora el hombre está encerrado en una celda mental y física. Allí, mientras dure esta crisis tendría que reflexionar profundamente sobre su proceder y los actos que comete sin conciencia alguna. Ordenar las ideas, pensando que esta vida tuvo un antes y un después el 2020 con la invasión del COVID-19, será primordial.
Las calles de las ciudades en el mundo albergan un silencio de los no inocentes (los hombres) que si no cambian la forma de hacer las cosas, de nada habrá servido este gran impacto histórico de orden mundial, que ha provocado una incertidumbre más quebrantable que un vaso de cristal.
La autora es fundadora de Ciudadanos Voluntarios en Acción – CIVOAC.
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