Se sabe que con intenciones de suplir la costumbre que durante Semana Santa la nobleza romana tenía para acudir en peregrinación a Tierra Santa, el papa Benedicto XIV estableció la tradición universal del Vía Crucis –expresión latina que alude al Camino de la Cruz- para que los fieles de diversas partes del mundo puedan rememorar en sus lugares de origen, los pasos que Jesús siguiera en el camino al Calvario; por lo cual, por iniciativa de San Leonardo se instaló en el Coliseo Romano por primera vez las catorce estaciones señaladas con cruces grandes, para que los fieles se detengan en cada una de ellas a orar y reflexionar sobre la pasión de Cristo.
Sin embargo, en esta ruta también conocida como la Vía Dolorosa, llegó a faltar una estación que no podía quedar sobre entendida, pues luego de las tinieblas sobreviene la luz: Cristo vence a la muerte y glorioso resucita. Al ofrendar su cuerpo y sangre como sacrificio, Jesús no desiste ni se desalienta para redimir a la humanidad en el tortuoso camino del calvario. De esta manera, el Vía Crucis resulta un medio sin el cual no nacería la luz de la Resurrección, capaz de transformar la derrota en victoria y la muerte en hálito de vida nueva.
A esta circunstancia probablemente se debe que entre los campesinos de Tarija, apelando con inconfundible acento lugareño a costumbres y tradiciones de herencia hispana, surgiera la singular celebración pascual "mezcla de pena con alegría", que antaño a decir del escritor Agustín Morales, con justísima razón se la bautizó "Hermosa Pascua Florida", por la profusión de flores silvestres que alegraban la temporada, particularmente las amarillas rosa-pascuas con las cuales se levantan en las calles arcos floridos para que pase la procesión de Semana Santa.
Siguiendo esta inmemorial festividad del domingo de Resurrección, desde el sábado por la noche son instalados los toldos de la "Feria", encendiendo fogatas para la preparación de las dianas, ponches y canelados que acompañan la culinaria propia de la temporada. Y luego, entre tonadas, coplas, y contrapuntos, al son de violines y el incesante zapateo de "ruedas chapacas", se aguardaba que los primeros rayos del sol anuncien la Resurrección, para con acendrada devoción asistir a misa y acompañar la procesión, antes de proseguir el festejo.
Al paso del tiempo la tradición se vino acrecentando, sin que el desarrollo ni el progreso pueda desvirtuar su esencia y sentimiento, prueba de ello es que el pasado año por iniciativa del Alcalde de la capital, don Rodrigo Paz Pereira, fueron engalanadas las principales arterias de la ciudad y sus barrios con arcos floridos y coloridas luces, lanzando al aire camaretas y fuegos artificiales, mientras la gente vestida con atuendos típicos de la región, tomada de las manos sin distinciones de clases ni edades, amaneció el domingo de resurrección bailando en una gigantesca rueda chapaca que daba vuelta completa a la plaza principal.
Pese a que el presente año se ha suspendido la conmemoración, a fin de evitar aglomeraciones que puedan ocasionar contagios del Corona virus, es conveniente remarcar que se trata de una de las expresiones folclóricas y religiosas más importantes del departamento de Tarija y que las autoridades en cumplimiento del deber moral y material que les asiste para alentar las manifestaciones más arraigadas en el corazón y sentir del pueblo boliviano, merece soliciten su declaratoria como Patrimonio cultural de la Humanidad ante la Unesco, destacando las características de orden espiritual y costumbrista que la distinguen de otras manifestaciones meramente festivas.
Sin duda, el reconocimiento a este entrañable jirón de la nacionalidad le valdría para difundir la valía de la festividad a nivel nacional e internacional, vendría a llenar un gran vacío por ser uno de los pocos departamentos que hasta el momento no cuenta con ningún registro en las listas de dicha organización mundial.
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