Una mentalidad nostálgica y del poder por el poder impulsan a Evo Morales a instigar diversas acciones subversivas para retomar el mando del país. Estas incitativas son harto conocidas, pero no puede dejarse de recordar las de cercar las ciudades para impedir el paso de alimentos “hasta ganar”. Luego, organizar “milicias armadas del pueblo como en Venezuela” y, ahora, haber instruido a sus agentes subvencionados ingresar al territorio nacional desde las naciones vecinas, camuflados entre quienes se repatrían. Este complot consistiría en quebrar las medidas dispuestas anti propagación del corona virus, y a la sombra del malestar sobreviniente en un ambiente de intensificación de la pandemia, lograr desestabilizar al Gobierno.
Todos los caminos, todos los métodos, por fríos o perversos que sean, son útiles para reinstalar la dictadura. Los gobernantes denuncian las incitaciones mas no tocan la naturaleza enfermiza de la que nacen y de quien las posee. Al ex mandatario no le bastan ni le sacian 14 años de poder omnímodo, considerándose redentor gracias a la ciega adoración de sus adeptos, gratificados por la impunidad. Todos se preguntan cuál es el programa de un presunto retorno, cuál es la “visión del país” y, más bien, lo único visible es la profundización del odio y el divisionismo de los bolivianos, odio puesto en marcha en los 14 años pasados.
Como se ve nada detiene su talante obsesivo, ni la crisis global extrema que azota a la humanidad, con perspectivas aterradoras por el Covid 19 para su país, enviando adiestrados agitadores con el objetivo de lograr provecho político de la calamidad sanitaria. Es un ensayo más de sus ensueños megalómanos. Si el ex presidente no estaba a la altura de un destino casi casual, lo estaba por la ambición.
Con esta experiencia cualquier propuesta continuista o de perpetuación en el gobierno debe ser un llamado de alerta a la ciudadanía. Más allá de tenerlo en mente, deberíamos asumir como ejemplo el sabio paradigma de la Constitución mexicana, que prohíbe la reelección de todos los que hubieren ejercido la presidencia del Estado.
Tanta añoranza no condice con el plan estratégico concebido en noviembre de 2019 para revertir la indignación del pueblo frente a las reiteradas maniobras de perpetuación, rematadas con un fraude electoral desvergonzado y denunciado dentro y fuera del país. El plan --hechura propia de los Quintana-- consistía en las renuncias unas tras otras de los sucesores legales de la investidura presidencial, creando un vacío de poder, unido al caos que desatarían los “movimientos sociales” del MAS. Se han visto asaltos, incendios, atentados y depredaciones, de cuyos inicios son testigos La Paz y El Alto, a fin que en el crepitar de ese infierno retorne el dictador como gran pacificador. Pero el planificado regreso a la “Casa Grande” fue sofocado por su mismo actor principal. Falto de valentía lo llevó al abordaje desesperado de un avión rumbo a México.
Entristecen semejantes aquelarres que sumen en el infortunio a Bolivia y deben servir de lección por la falta de reflexión para la elección de personajes demagógicos y que no puedan exhibir patentes de conducta ética, porque no es concebible la política ni el gobierno sin principios éticos palpables.
El autor es jurista, periodista y escritor.
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