Buscando la verdad
Padre nuestro estás en los cielos, bendito seas Dios y Padre, Rey de reyes y Señor de señores, Padre bueno… ¿a quién iremos en medio de la necesidad y la dificultad, sino a Ti?
Cuando el mundo está confundido, en momentos en que un diminuto virus casi lo ha detenido todo… ¿cómo no recurrir a Ti -Dios Altísimo- para recibir el consuelo, la esperanza y la paz, que sólo Tú puedes dar a nuestras almas?
Sabemos que todo, absolutamente todo está bajo tu control, y que nada, definitivamente nada sobrepasa tu voluntad soberana que es buena, agradable y perfecta. Por eso venimos a Ti en este tiempo de dolor, cuando los muertos y enfermos por el virus, suben cada día; cuando las necesidades aumentan con cada jornada que pasa, y la incertidumbre coloca a muchos al borde de la desesperación.
En medio de esta situación doblamos rodilla delante de Ti, nos humillamos reconociendo nuestra gran pequeñez, nuestra profunda debilidad y extrema vulnerabilidad, y te pedimos perdón en esta hora por nuestra arrogancia, porque creyendo que no te necesitábamos y que nunca te íbamos a necesitar -hemos pecado contra Ti, Padre amado- extraviados en nuestra vanidad y absortos en nuestro humanismo, nos alejamos de Ti.
Te pedimos perdón, también, porque habiendo obligado al gobierno nacional este estado de cosas, a decretar una cuarentena y a tomar medidas más drásticas queriendo contener el contagio, nuestra falta de respeto a la autoridad, nuestra supina irresponsabilidad e increíble falta de compromiso para con nuestro prójimo y nosotros mismos, no ha hecho sino empeorar aún más las cosas, debido a nuestra desobediencia.
Por eso estamos hoy frente a Ti, venimos a tu presencia con un corazón contrito y humillado, reconociendo que nuestra frívola grandeza es nada frente a un infinitesimal virus; pero, sabiendo también que tu poder, tu amor y tu misericordia son infinitos. Este diminuto virus nos ha servido para darnos cuenta de nuestra nimiedad, pero también, de tu majestad, amado Dios y Padre, por eso a Ti venimos.
Que esta durísima prueba que vivimos sirva para que gobernantes y gobernados redefinamos nuestras prioridades: primero Dios, ya que apartados de Ti nada bueno podemos hacer; después, nuestro cónyuge, hijos y familia; finalmente, nuestro trabajo y el servirte. Y, que sirva también para amarnos unos a otros como Jesucristo nos amó. Solo entonces podremos vivir confiados porque siendo obedientes estaremos guardados de todo mal. En el nombre de Jesús te lo pedimos y agradecemos… ¡amén!
El autor es Pastor y Economista.
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