No es de extrañar que algunos diputados y senadores que integran la actual Asamblea Legislativa Plurinacional, creada por la Constituyente del año 2009, tengan sensaciones poco desarrolladas o deformes y que, por consiguiente, ese alto poder del Estado en vez de marchar hacía consideraciones objetivas se desvía a posiciones subjetivas. El tema viene a cuento con motivo de algunas actuaciones de ese aparato del Estado, con dos notables ejemplos.
El primero es el de la pérdida de la sensibilidad social, con la decisión de cuidarse del coronavirus en locales protegidos, usando vestimentas y haciendo gastos elevados y hasta exóticos a costa del presupuesto nacional, en vez de hacerlo con sus propios recursos, mientras otras personas, como los soldados y policías, arriesgan sus vidas en las calles y lugares públicos, casi desprovistos de mecanismos defensivos, barbijos, guantes, etc. Y es que apenas tienen medios para sobrevivir y a solo título de defender la salud del pueblo.
El caso muestra que los asambleístas, no todos, por supuesto, padecen de fallas en su sistema nervioso para conocer las cosas. En efecto, esos asambleístas no tendrían en estado normal su sistema de percepción y, por tanto, no captan los hechos como son. Esa carencia determina que no tengan las sensaciones producidas por la percepción y, por tanto, el efecto no se produzca con las representaciones subsiguientes, como ser los conceptos, características concretas de la realidad, su contenido, sus conclusiones etc. que reflejan más profundamente el mundo objetivo. Es más, resulta que así no tienen la posibilidad de pasar a la etapa de comprobación práctica de sus observaciones.
Esas deficiencias en el proceso del conocimiento, comprobables en lo que se refiere a nuestros inteligentes asambleístas en su lucha contra el coronavirus, también se comprueba en otro caso, próximo y no menos ostensible que va contra las leyes físicas. Se trata del funcionamiento del reloj del frontis del Palacio Legislativo que, pese al absurdo de que mueve sus manecillas en sentido contrario, esto no ha sido percibido por los asambleístas y hasta pareciera que lo miran, pero no lo ven y aunque lo escuchan no lo oyen. Es más, pareciera que se complacen con un absurdo, típico de la carencia del sistema nervioso que capta el mundo exterior, produce sensaciones, y conduce al conocimiento.
Es más, por esa deficiencia en el proceso del conocimiento que afecta a los asambleístas, se olvida que el contenido de nuestras sensaciones viene a ser el mundo material, se ignora que son la copia de la realidad objetiva y no producto de elucubraciones folklóricas.
Como conclusión lógica se deduce que si los asambleístas no captan ni sienten emociones con esos hechos elementales (la ropa y el reloj), mucho menos estarán en condiciones de captar asuntos más complicados de la naturaleza y la vida social y menos de dictar leyes, deliberar sobre asuntos políticos reales.
En fin, se puede considerar, con las debidas indulgencias, que los problemas de percepción, sensación y deducción que padecen los asambleístas, provienen de un problema universal que resume que los seres humanos, al captar la conversión de la energía del mundo exterior, sus sensaciones los llevan al terreno subjetivo y no al objetivo, producto de factores históricos que no toman en cuenta. Por eso para ellos no es necesario tomar en cuenta aspectos de tiempo y lugar, lo que conduce a la creencia de sus buenas intenciones, de las que está empedrado el camino al infierno.
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