Contra viento y marea
Cansa, es cierto, leer en los periódicos a diario cómo columnistas de opinión; en la televisión, analistas políticos y en las radios entrevistas a gente del oficio, aluden a Evo Morales y su responsabilidad mayúscula en el estado casi de calamidad en que ha dejado la economía del país. Pero ¿se puede culpar a quienes de él se ocupan, echándole sobre sus espaldas la desastrosa gestión gubernamental que le cupo dirigir? Por supuesto que es inevitable enrostrarle con rabia el caricaturesco gobierno que encabezó.
¿Es que acaso resulta cómodo cargarle el muerto a Evo por el solo hecho de no compartir su posición ideológica? Claro que no, los antecedentes funestos del gobierno masista justifican sobradamente endosarle la culpa casi plena de nuestra dura realidad. ¿Por qué los intelectuales y los medianamente instruidos no cejan en sus acusaciones y juicios sobre la administración Morales y su séquito de depredadores de la economía nacional? La respuesta está en que nunca un gobierno permaneció ininterrumpidamente durante catorce años, y jamás con los ingresos que por circunstancias exógenas a su capacidad gestora, percibió el país.
Con esos dos elementos, un gobierno serio habría construido y equipado una red de hospitales públicos en, al menos, las nueve capitales departamentales, que dejen a los bolivianos en aceptables posibilidades de atención médica. El despilfarro e inaudita corrupción de quienes manejaron el gobierno han ocasionado que Bolivia, ante las actuales circunstancias, que son un factor sumatorio de la debacle económica, deba implementar un régimen financiero de ajuste drástico en la economía.
Más allá de mis afectos o desafectos por el actual régimen, en tanto y en cuanto no es honesto verter opiniones cargadas de tendencia partidista, las medidas adoptadas en los planos estrictamente económico y social, son las que nuestra miserable economía permiten; por ello resulta odioso siquiera escuchar de quienes tuvieron la oportunidad de desarrollar integralmente al país, sugerir medidas que ellos nunca adoptaron, y no extrañaría que lo hagan, con malicia motivada por el desmedido interés en volver al gobierno.
La pausa en el movimiento económico en que el país se encuentra y lo que resta de ella, obliga, sin que resulte extralimitación decirlo, que el post covid-19 dejará al mundo en situación tal y tan parecida a la de post-guerra de la primera conflagración mundial. Es decir, que la declaratoria, digamos oficial, de nuestras autoridades de salud, de un alta médica para el pueblo boliviano respecto al perverso virus, ha de ser igualmente parecido al tratado de Versalles que dio por finalizada la Primera Guerra Mundial; eso significa el fin formal del problema y el inicio de una recesión brutal de la economía. La gran guerra ha dejado secuelas económicas y sociales para el mundo que entonces y por varios años ha pagado las consecuencias de la voracidad hegemónica de las potencias, igual sucederá con el irrespeto por los estatutos tácitos que nos impone la naturaleza, cuya agresión desemboca en esta suerte de plaga maldita.
Las leyes de la economía determinan que los efectos bonancibles o de penuria sean también contagiosos, de modo que la debacle de los que son referentes de la riqueza,- hoy muy venidos a menos- se reflejarán con nitidez diáfana entre nosotros, y obligan a que el gobierno adopte medidas de shock que eviten la inflación monetaria emergente del inevitable cierre de fábricas, millonarias pérdidas en las industrias manufactureras y de servicios en general y de una recesión en la economía informal que su lucro cesante, sin duda, se hará sentir en sus bolsillos. Se debe incentivar la producción nacional en todas sus áreas y en tal sentido Bolivia deberá ajustarse las correas y los mismos habitantes, adecuarse a nuevos estilos de vida, mucho más austeros en todas las capas sociales.
Los ya numerosos bonos que se está otorgando, así como las subvenciones a diferentes servicios y que son asistencialismo obligado, tienen efectos multiplicadores en la economía que pasarán factura al Estado en su conjunto. La caída abrupta del ingreso per cápita prevista por el FMI y del que Bolivia no tiene por qué quedar libre, lejos de los cuentos fantásticos e irresponsables de que estábamos blindados, hace inaplazable una disminución de la importación de artículos suntuarios. En síntesis, se debe implementar una economía muy parecida a la de guerra.
El autor es jurista y escritor.
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