Vivimos tiempos de crisis no solamente económica sino moral, lo que nos impele a actuar con tino en todo procedimiento, tener mesura y prudencia en lo que se gaste, carácter para soportar carencias y, especialmente, ver que los males propagados por el coronavirus son de diversa índole y pueden hacer daños diferentes, según los estados físicos y espirituales en que se encuentren las víctimas. Y es que la enfermedad, al ser desconocida o no experimentada antes, se presentó abruptamente y sus consecuencias han sido mayores en unos que en otros.
Las autoridades de cada país han adoptado las medidas necesarias para evitar la falta de alimentos, medicinas y otros que sean necesarios para paliar las consecuencias, pero, por ello mismo, quienes poseen suficiente dinero no vacilan en adquirir cantidades exageradas de productos, sin importar que éstos podrían faltar para los demás. En muchas ciudades se ha visto que mercados de abasto de alimentos han sido copados solamente por unos cuantos, exigiendo que el comerciante los prefiera, hasta pagando mayores precios, actitud que determina la presencia de corrupción que es imitada por muchos negocios que ven la oportunidad de conseguir mayores utilidades.
Elementales principios de honestidad y solidaridad deben obligar a quienes tienen la manía de acapararlo todo porque cuentan con dinero, para no cometer el desatino o delito de aprovechar circunstancias de crisis para beneficiarse sin importar lo que ocurra con el resto de la población. Para estos casos hay disposiciones claras que sancionan los abusos, pero no se cumplen las leyes y el delito queda en la impunidad a costa de los que poco tienen y generalmente deben atender otras obligaciones con el mínimo presupuesto con el que cuentan.
No guardar respeto y consideración por los derechos de los demás y consumir más de lo debido es contrario a toda moral y es atentatorio contra la comunidad en que se vive. Es, además, mal ejemplo para la propia familia, especialmente los hijos que “aprenden” a vivir a costa de las urgencias y necesidades de sus prójimos. Mesas muy bien servidas que muestran “tener mucho y caro” son señal de egoísmo, insensibilidad. Es necesario entender que la vida es un bien otorgado por Dios para respetarla, guardarla con sentido constructivo, preservarla porque hay un entorno al cual nos debemos. La vida no es bien para ser dilapidado sino para ser administrado consciente, honesta y responsablemente; es bien del que debemos dar cuenta a la familia, al entorno familiar y a la sociedad en la que nos desempeñamos. En cualquier caso, la vida es pródiga porque es don de Dios que debe ser respetado, amado y compartido con el bien común que es el pueblo que camina al unísono de lo que sentimos y hacemos, pero que tiene que ser concordante con los derechos ajenos que no deben ser vulnerados ni menoscabados por nadie.
La consigna en esta crisis debe ser gastar menos, ser austeros, entender que todos tienen derechos y, por otra parte, alimentarse con lo necesario, sin exageraciones que impliquen gula y malgasto que son dañinos y contrarios a la moral y al buen sentido de la vida.
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