El tiempo que dura el coronavirus, incluyendo las semanas de encierro obligado debido a las pandemias declaradas, hay que considerarlo positivamente si de ello logramos conseguir frutos que pueden ser muy beneficiosos para todos y que, más temprano que tarde, pueden servir para no repetir yerros que no han faltado en estas épocas transcurridas en angustias y preocupación. Este tiempo debería servir a todos para corregir errores, modificar comportamientos y, de ser posible, enmendar lo mal hecho y perfeccionar lo bien realizado. Sería interesante y constructivo que todos, sin distinción alguna, hagamos una especie de examen de conciencia, ver, como en pantalla de televisión, cuánto y cómo ha transcurrido nuestra vida y qué es lo positivo y lo negativo; examinar qué sería posible mejorar y qué oportuno sería corregir o modificar decretos y leyes que estarían obsoletos y que precisan actualización, especialmente en el campo de la naturaleza, la salud, la educación y todo lo que convenga a los derechos humanos. De todo lo sufrido y experimentado por casi todo el mundo, habría que sacar conclusiones que sean positivas, que sirvan para cambiar conductas y procedimientos que han hecho a muchos hombres egoístas, avarientos, creídos, petulantes, ambiciosos que han derivado en guerras y enfrentamientos causantes de guerras y práctica de hechos que han hecho del hombre el peor enemigo del hombre. Toda esa clase de seres humanos han degradado a la humanidad y han complotado contra Dios, contra la naturaleza y contra generaciones de seres humanos que actuaron como dictadores y tiranos que han avasallado a la humanidad con el objetivo de esclavizarla y hacerla dependiente de conductas de sátrapas que solamente tenían por objetivo supremo servirse y no servir al género humano.
No sería justo que un mal como es el coronavirus se lleve los “méritos” de su obra y es la humanidad de las actuales generaciones la que tiene que sacar conclusiones para contar con los precisos y positivos medios que permitan derrotar a todo lo que pretenda destruir la obra de Dios y el mayor bien que se posee con la vida. Cada quien, pues, en su entorno estaría encargado de ver qué cambios corresponden y cuánto bien se podría hacer con ellos; de otro modo, corremos el riesgo de seguir en la misma noria de idénticos yerros y sin cambios que permitan vivir en paz y concordia, en armonía y entendimiento entre naciones donde la paz sea cierta, constructiva y permanente.
Si se toma conciencia de lo padecido con el coronavirus, casi con seguridad que los cambios serán positivos y, nada raro, viviremos nuevas etapas de la vida porque, además, así lo exigen las nuevas generaciones que por siempre merecerán las bendiciones del Creador para no padecer lo que hasta ahora, con paciencia y estoicismo sufre la mayoría de los pueblos.
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