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[Ramiro H. Loza]

La Revolución Francesa

Proceso y muerte del rey Luis XVI


El culmen del drama esperaba la cabeza de Luis XVI y de María Antonieta. La Convención acumuló cuanto suponía podía incriminar al primero, pero sobre todo cursaban en sus manos los documentos secretos que el monarca guardaba en un armario de hierro, disimulado en palacio. El artesano de su confianza ayudante de la construcción delató el secreto, no obstante que el rey tenía por afición la herrería. Cursaban evidencias de sobornos a Mirabeau --famoso orador constituyente fallecido--, a Lafayette. Los jacobinos eran parte de los sobornos, también la barra legislativa, además de encontrarse otros reservados asuntos.

Contra la Constitución vigente, la Convención terminó arrogándose competencia para juzgar al depuesto rey, existiendo tribunales. El reo fue convocado para escuchar la acusación y someterse a interrogatorio. Desde entonces fue privado de todo contacto con su familia. La citación lo denominaba simplemente “Luis” y el presidente de la corporación lo apellidó Capeto. El acusado negó ese gentilicio de sus antepasados, que no era el propio. Ante el interrogatorio, el rey replicó ser inocente, negó inclusive el contenido del armario de hierro. No alegó la intangibilidad real contemplada en la Constitución; vigente en ésta la monarquía, es claro que conservaba la inviolabilidad a su favor. Le fueron concedidos escasos dos días para acreditar a sus defensores.

Eligió a célebres abogados, cuales Tronchet y el joven y brillante Seze, empero éstos serían sus defensores y él precisaba además un amigo. Eligió al viejo jurista Malesherbes, quien fue ministro suyo en dos oportunidades. Se trataba de un patricio heredero de una prosapia de magistrados ilustres y consecuentes servidores de Francia. Una mañana Luis XVI comentó a su denodado y único asistente, Clery, que era el día del nacimiento de su pequeña hija y no podía verla.

La defensa sin dejar de ser magistral solo fue el prólogo de la ejecución bajo la consigna de que “la cabeza del rey debe rodar en el cadalso”. Se votó el modo y tipo de la sanción individualmente, pudiendo acompañarse de alguna fundamentación. 281 diputados votaron por la apelación del resultado al pueblo y 423 en contra de todo recurso. (Nótese el crecido número de convencionales). En cuanto a la sentencia misma, los votos se dividieron entre el destierro, la prisión, la ejecución aplazada y la muerte inmediata. Esta opción ganó solamente por siete votos.

Numerosos votos constituían amargas sorpresas e inconsecuencias. Vergneaud, votó por la muerte. Principal líder de los girondinos, se cree que su voto pretendía evitar que su partido aparezca contrario a la República. El duque de Orleans despertó expectativas por ser pariente próximo del rey. Fue llamado el último y votó por la muerte, arguyendo que lo hacía contra “los enemigos de la soberanía popular”. Orleans pretendía que en algún momento la Revolución lo corone rey. Por supuesto, Dantón y Robespierre votaron por la muerte. El primero cargaba sobre sí las matanzas del 2 de septiembre que había concebido e instruido. Robespierre, futuro Dictador, no podía proceder de otro modo.

Leída la sentencia al condenado, debía ejecutarse in continenti. Las pocas horas que le restaban, se colmaron de dramáticos y conmovedores episodios. Luis XVI redactó su testamento con sentimientos de afecto y gratitud familiar y hacia quienes le sirvieron en la fortuna y la desgracia. El trance de final despedida de su esposa, hijo e hija y hermana, quienes sobrellevaron junto a él todo el peso del cautiverio, desgarraron por igual los corazones de la víctima y de los dolientes. Un sacerdote escuchó la confesión del penitente, rezó la misa y dio la comunión en la propia celda. Con este auxilio espiritual Luis XVI marchó tranquilo al encuentro de la muerte. El religioso le acompañó hasta su último hálito de vida. El rey alzó su voz ante la multitud en protesta por su inocencia y la injusticia de los cargos condenatorios. La cabeza ensangrentada rodó bajo la guillotina. Era el día 21 de enero de 1793.

Ante el juicio histórico, el monarca no fue culpable ni inocente, solamente desgraciado por los tormentosos hechos a los que tuvo que enfrentarse. En lo personal fue bondadoso, modesto, indeciso y dependiente de la voluntad de la reina, conducta que trasladó al reinado. Criticado políticamente en su reino, lo era también en el resto de las cortes por su debilidad. La decapitación después de un proceso imperfecto se juzga como fruto del rencor. Un minucioso narrador dice: “guillotinar a un vencido cinco meses después de la victoria, aunque el vencido fuera culpable y peligroso era un acto sin piedad” y luego añade “si la falta de compasión es crimen en el despotismo ¿por qué había de ser virtud en las repúblicas?”

loza_hernan1939@hotmail.com

 
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