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[Marcelo Chinche]

Entrelíneas

El Chapare y su caballo de Troya


Probablemente el artilugio del caballo de Troya que Ulises mandó a construir al connotado artista Epeo, para ser ofrecido a Troya como símbolo de paz, se amolda al accionar de algunos productores del Chapare que transportaban frutas en camiones, para su distribución gratuita a las familias necesitadas de las ciudades, pero que también solían acarrear “cargamento ilícito” de precursores para la producción de cocaína.

El pasado viernes 24 de abril, efectivos de la Unidad Móvil de Patrullaje Rural (UMOPAR) interceptaron en la tranca de Locotal cuatro camiones de alto tonelaje, en cuyo interior se halló 43 mil litros de gasolina, hábilmente camuflados en medio de verduras y víveres. La sustancia líquida inicua tendría como destino final las fábricas de droga existentes en Villa Tunari y Chimoré.

No resulta exagerado afirmar que la viveza criolla no tiene límites, dadas las artimañas descubiertas. Ello hace entrever que estamos ante un trópico cochabambino minado de narco-productores, cuyo ingenio desafiante los llevó a buscar modos para movilizar la “preciada carga ilícita” con destino a otras regiones, para luego ser exportada a mercados internacionales, donde el “artículo made in Chapare” alcanza precios exorbitantes, dada la alta pureza reconocida por los cárteles de México, Europa y Estados Unidos.

Este modus operandi, por un lado refleja atisbos indecorosos, deshonestos, falaces de solidaridades y bondades fingidas que impulsaron el obsequio de productos perecederos en esta cuarentena y, por otra, terminan por exhibir la mala fe con el que actuaron al burlar los retenes de control hasta arribar con su “valioso producto” a su destino trazado y, como sucedió en el caso reciente, retornar a su lugar de origen con verduras, pero también con “cargamento ilícito” de precursores para el narcotráfico.

Al parecer, el proverbio popular “cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía”, nos enseña a ser más cautos y prudentes para no dejarnos llevar por aquellas circunstancias excepcionales -como es el caso de la emergencia sanitaria-, que dieron lugar a la flexibilización displicente de controles exhaustivos, tendentes a desmantelar en origen, el suministro de precursores y el tráfico de droga del Chapare.

En otro sentido, también externaliza la desesperación y apremio de los productores de este “lucrativo negocio ilícito” con base en la vasta y extensa región del trópico, por movilizar su “mercadería”. Imagino, presionados por las múltiples demandas y compromisos pactados con sus “circunstanciales clientes” que no ven la hora de contar con dicho alcaloide.

Por si tales obstáculos aún fueran insuficientes, los propietarios de estas factorías de producción, ahora, deben también lidiar con el retorno progresivo -aunque tímido- de la fuerza policial, ausente por más de cinco meses en esa región.

Frente a este flagelo, no solo es imperativo romper el circuito de la producción del narcotráfico, que contempla las políticas de erradicación de coca excedentaria -tan requerida para la elaboración de cocaína-; la destrucción de pozas de maceración y factorías diseminadas en el Chapare, sino que urge desmantelar la aquiescencia, protección y el silencio cómplice de pobladores -sea por acción u omisión-, pues indirectamente se benefician de esa cadena de producción, dada la movilización de recursos -económicos, materiales y de logística- intermedios y finales que demanda.

Por ello, una tarea fundamental del Estado, las gobernaciones y los municipios es la promoción sostenida de campañas de sensibilización y concientización acerca de los peligros y riesgos que ocasiona su elaboración, producción y consumo; así como los grados de dependencia y carga social que representa el tratamiento y rehabilitación de aquellos que cayeron en el vicio; donde ni aun los propios productores de droga están exentos de caer en su “propia trampa”.

El autor es MGR. Docente e investigador.

 
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