La crisis por el poder se va agudizando con una ofensiva de la contrarrevolución. Vayamos al caso hipotético de que el masismo tome el control del gobierno, --algo remoto, por cierto, y solo visto desde un terreno de especulaciones--, pero no deja de ser una posibilidad, ya que dispone a discreción de inmensos recursos de origen en la corrupción, fuentes subterráneas, algunos sectores relacionados con el imperio del anarco-populismo que creó la táctica del terrorismo individual, apoyo externo, saldos de un régimen ya periclitado…
En el momento actual la lucha política entre posiciones contrarias dentro del gobierno podría cambiar y la relación de fuerzas pasar a favorecer a la reacción, determinando que la vida del país retroceda hacia un nefasto pasado antihistórico.
En todo caso, una reversión de esa clase sería contraria a la dinámica de la realidad social, pues en vez de solucionar la crisis, la agravaría para ponerla en un nivel de incandescencia explosiva de alcances imprevisibles. En forma más sencilla, no sería la solución, ni muchísimo menos, y obligaría a la presencia de una nueva fuerza que dirima el estado antagónico y ponga fin al terror sin fin.
La dialéctica de la historia, que nunca marcha hacia atrás, podría determinar una solución más avanzada que deje de lado a las dos fuerzas irreconciliables y enfrentadas en el gobierno y emerja una fórmula que ponga borrón y cuenta nueva al desorden y abra nuevas páginas para la vida del país.
Esa posibilidad de la aparición de una tercera fuerza puede producirse por ser síntesis obligada, una necesidad nacional y porque la realidad no permite un vacío de poder. Así, cualquiera fuese la salida, en caso de que la crisis actual se siga acentuando y prolongando, un nuevo gobierno ya no sería de doble poder, sino de uno solo, el mismo que, a la larga o a la corta, tendría que convocar, no a simples elecciones generales, sino a un plebiscito con base en el voto universal, para reunir una asamblea convencional capaz de constituir, o sea que dicte una Constitución que sustituya a la actual de carácter anarco-populista y, si es necesario, elegir al Presidente de la Nación, como casi siempre lo ha hecho.
Siempre en tono de probabilidades objetivas, una solución de esa naturaleza evitaría repetir el embrollo que produjo el gobierno bicéfalo de transición de noviembre, que llegó a un punto de entrar en un callejón sin salida, producir infinidad de conflictos, inestabilidad. Ante todo se quiere un gobierno de un solo poder, que ponga al país en el camino del progreso.
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