Crónicas del kolla
E. Gerardo Mallea Valle
En un pretérito histórico inmediato, la pollera y su uso significaban una realidad denostada e ignorada, sus valores intrínsecos eran prácticamente esquilmados. Sin embargo, en los últimos años se ha mitificado una narrativa apabullante sobre la pollera y la chola; llegando a exaltar a la misma como símbolo o bandera de lucha de los pueblos indígenas. Esta simbolización no es en sí negativa, pero tiene la consecuencia de abstraer la figura de la pollera en una esencia estereotípica de representación “única, auténtica, étnica y racial” de colectivos aymaras y quechuas. Este postulado inexacto nos aleja del origen real de la pollera como tal, y es un error sostener que el uso y performance social de esta indumentaria se remonta a tiempos prehispánicos.
Pero, ¿qué es en realidad la pollera? La RAE en una de sus tres definiciones establece la pollera como “Falda que las mujeres se ponían sobre el guardainfante y encima de la cual se asentaba la basquiña o la saya”, relacionándola como vemos a la indumentaria afrancesada del Siglo XVII. Por lo tanto, deducimos que la pollera es la definición o nombre que se da al vestido o falda a partir del Siglo XVI en la América colonizada y su uso es habitual en una sociedad enmarcada con matices discriminatorios evidentes. La pollera, por lo tanto, se constituye en un injerto hispano-occidental impuesto en una realidad indígena.
Si la pretensión es enarbolar una indumentaria genuina, que represente la identidad originaria, será necesario hacer una revisión de la indumentaria femenina prehispánica, que implica acudir a evidencias indirectas en iconografía o, eventualmente, a objetos que acompañaron al vestido. La imagen más temprana en la que se puede reconocer elementos de vestimenta proviene del Formativo Tardío (ap. 200 a 500 dC) en la cuenca norte del lago Titicaca y algunas otras posteriores en el siglo final de Tiwanaku, que muestran claramente el uso de un vestido largo recto aqsus; unos prendedores tupus que sujetaban el vestido; una faja que lo ceñía chumpi y una pieza cuadrangular llamada lliqlla sobre los hombros. Obviamente, esta no es la vestimenta actual de la chola y su pollera.
Entonces surge el interrogante: ¿Qué es lo que ha determinado el carácter emblemático de la pollera?; esta indumentaria (fenómeno andino) no es solo un relato meramente documental, sino que viene a significar un fenómeno inserto en el contexto social y con variables significativas que afectan incluso el lexicográfico.
Las polleras en sí no se “auto representan”, no pueden por sí mismas desarrollar una interacción social, por lo tanto es el objeto (la pollera) que crea al sujeto (la chola) y esta simbiosis tiene un espectro de actuación identitaria en la cultura, la economía, la política. Y según Antonio Paredes Candía, su representación no solo se adscribe a esos roles sino que abarca lo moral, e ilustra esa afirmación como el sustantivo que se transforma en el adjetivo “calificativo”. De ahí que las expresiones populares como: “discutes como una chola” o “te comportas como las cholas del mercado”, termina situando al personaje como un estereotipo moral y singular de la sociedad boliviana.
“La chola y sus polleras” se puede considerar una entidad inmanente en el contexto geográfico de nuestro país y la funcionalidad de sus actuaciones determina el carácter emblemático o estigmático de su performance social.
Su rol en el ámbito cultural es descollante, su representación muestra claramente los ribetes altos que ha logrado en danza, teatro, pintura, cine y música, aéreas que han explotado el encanto de la “mujer de pollera”. Es también importante mencionar el papel que ha jugado en la moda; expresión que ha trascendido fronteras, filtrándose en pasarelas de Europa y con trabajos importantes, como el de la gran diseñadora Agatha Ruiz de la Prada.
La gastronomía encuentra un nexo umbilical entre este personaje y la comida popular boliviana. La economía se ha visto enriquecida por la presencia de ella; un ejemplo claro, el fasto de la “Entrada del Gran Poder” que genera millones de dólares. Sin embargo, su incursión en la política se ha visto profundamente afectada por la narrativa que sostiene en el presente, con el añadido de una pésima actuación en los espacios públicos de administración del Estado.
Desde que Remedios Loza irrumpiera en televisión, rompiendo viejos esquemas y logrando una victoria posterior como primera “mujer de pollera” en el Congreso (año 1997), han transcurrido años y su valor ha ido devaluándose políticamente. El MAS, partido político que defendió a ultranza la pollera como bandera de lucha, es quien anecdóticamente se encargó de estigmatizar a la “chola”; saturando a esa “mujer de pollera” con una ideología funesta, ataviándola con una identidad falsa, otorgándole un rol protagónico ciego y destruyendo los logros alcanzados; hechos que a la postre generan una clara estigmatización racista y perniciosa de un segmento de nuestra sociedad. Queda la esperanza de que en algún momento las aguas tempestuosas vuelvan a su caudal.
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