Poca claridad en datos
> Ana podría formar parte, como muchos ancianos de esta Isla, de esas frías estadísticas en las que los muertos no son más que números y nombres olvidados
La Habana.- Los ciudadanos en Cuba pasan por una incertidumbre en los datos sobre el Coronavirus en medio de una agenda de trabajo sacrificado. Cubanet recoció testimonios para ver las impresiones de los habitantes de la capital.
Ana tiene setenta años y todavía trabaja. Ana barre y limpia el piso de seis oficinas, incluida la del director, y también los dos baños, el portal, y hasta el patio central enorme, pero aun así no le alcanza el sueldo que gana en Cuba con tanto sacrificio, con tanto trabajo.
Ana prepara muy temprano las meriendas que vende luego a sus compañeros de trabajo, y también les hace los mandados, cualquiera, y “por dinero”. Ana dice que no puede permitirse el cansancio, y que mucho tiempo pasará acostada cuando muera.
Ana pidió vacaciones cuando la Covid-19 “puso mala la cosa”, entonces encontró una manera de “sacarle dinero al bicho”. Es peligroso lo que hace, es agotador, …pero resuelve. Ana expresó que pasa la noche entera en una cola. “Llego después de que se acaba la novela brasileña”, y allí pasa toda la madrugada, y en la mañana toma un café, y come un “pan con algo”, y sigue en la cola. Ella “marca” para cinco personas, eso me cuenta, y cuenta los dedos de su mano izquierda con el índice de la derecha, para que no queden dudas.
Ana llegó a los alrededores de la tienda “Maravilla”, en la Calzada del Cerro, sobre las 10 de la noche, y casi siempre está entre las primeras, aunque hay cuatro o cinco mujeres, tan ancianas como ella, que algunas veces se le adelantan. Y cuando le digo que me parece un sacrificio enorme para su edad, muestra su acuerdo, pero acota: “Es sacrificado y peligroso pero me busco unos pesitos”.
Ana es considerada por los ciudadanos como una una guerrera, a pesar de su edad avanzada, que responde con una sentencia: “Barco varado no gana flete”, y yo le respondo: “No gana flete pero si un catarro, una neumonía, la Covid-19”. Manifestó que se encoge de hombros y asegura que su día está marcado.
Ana admitió el peligro, sabe que no es bueno para una anciana pasar toda una madrugada en la cola y evadiendo la mirada de los policías que pululan por la zona. “En la noche son menos, pero siempre hay”, indicó, y también que ellos están allí para evitar las colas en la madrugada, pero ella les brinda un traguito de café. “Algunos me regañan y otros me amenazan, y muchos se hacen los de la “vista gorda”. Así dice esta mujer que pasa toda la noche a la intemperie y bajo el sereno de la madrugada. Ella reconoce el peligro, pero asegura que su trabajo es “rentable” en Cuba, y yo me río a escondidas.
“Alguien me habló de Ana hace unos días, me dieron las señas y la busqué en la cola. Mañana entra pollo”, dijo, y también que ella separaba cinco turnos cada noche y que la mayoría de las veces vendía cuatro y se quedaba con uno, que con los cuatro CUC que conseguía compraba “alguna cosita” para ella, y que tenía una hija enferma, inválida, en la casa, que no tenía otro remedio que hacer esos sacrificios. “Hay quien tiene un hijo en el yuma, pero yo tengo a la mía en la casa, en un sillón de ruedas”.
Ana me dio cada detalle. Ya tenía comprometidos tres de los cuatro turnos que vendía. “Si quieres el que queda te lo vendo, hoy es un CUC, mañana puede ser más, y yo dije que sí, que lo quería, que lo necesitaba, que tenía el refrigerador vacío, y hasta le dije, para contemporizar, que el día anterior había comido unas papas a las que rocié un tín de aceite con ajo y una pizca de puré de tomate…, trato hecho”, dijo la ciudadana, y yo le di el CUC, y una sonrisa y las gracias, y me quedé junto a ella, que me mostró el lugar exacto donde “te toca”.
Cinco horas después estaba casi frente al mostrador, detrás de otros tres desconocidos a los que Ana había vendido un turno por 1 CUC, yo delante de ella. “Yo siempre soy la última –me advirtió–, para que no se enrede la cola”. Por fin estuve delante de la tendera, que dio malas noticias: “¡Se acabó el pollo! Puedes comprar dos paquetes de salchichas, un poco de aceite, dos jabones y tres ‘pequeñísimos’ paquetes de detergente”, nada más agregó.
Ana se encogió de hombros cuando la miré, quizá temía que yo quisiera el dólar de vuelta, pero le respondí de igual manera, levantando los hombros. Ella, para que me quedara tranquilo, me dijo que podía ir al día siguiente, pues escuchó un runrún de que vendría pollo, y otra vez salchichas, y que hasta podría comprar otro pomo de aceite “para revenderlo”, que en la calle estaban casi a cuatro CUC…, y le dije que quizá volvía, pero no volví, porque me espantan las colas, aunque sé que tendré que volver, que tendré que buscar a Ana y ofrecerle un CUC, o quizá tres para que me guarde un turno. (Cubanet)
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