Marcelo Miranda Loayza
Desde que apareció el virus chino Covid-19, la vida cotidiana ha dado un giro de 360 grados en los últimos tres meses. Una cuarentena casi generalizada a nivel mundial ha obligado a millones de personas a permanecer en sus casas, para evitar de esta manera que el virus se propague y cause un colapso mundial en los sistemas de salud.
El virus llegó para quedarse, de eso no tengamos la menor duda, por ende, el ser humano va a tener que aprender a vivir con él, y con el paso del tiempo el Covid-19 se convertirá en un recuerdo tortuoso de una enfermedad ya controlada.
Por el momento nos encontramos ante la disyuntiva de qué hacer cuando la cuarentena ya no pueda sostenerse por más tiempo, de hecho, en varias ciudades del mundo las personas están dejando de acatar paulatinamente está medida, entonces, ¿que conviene más?, seguir sosteniendo una medida que de por sí ya resulta casi insostenible o dar rienda suelta a la libertad humana, la misma que al tener un bajo concepto de lo que implica la responsabilidad confunde fácilmente la libertad con el libertinaje.
La respuesta no es simple, pues hay muchos factores en riesgo, la salud pública, la economía, la libertad, etc., lo que sí está claro es que se debe llegar a un consenso con todos los actores de la sociedad, donde derechos, necesidades y libertades fundamentales sean tomadas en cuenta en la hora de la toma de decisiones, pues si bien el Estado tiene como obligación el cuidado de la salud pública, no en nombre de ello se puede cometer abusos que poco o nada tienen que ver con el resguardo de la salud.
El Estado, sea cual sea, no puede ni debe convertirse en rector de las relaciones humanas, no está dentro de sus funciones regular la convivencia y la interacción en sociedad. El Estado no puede sembrar el miedo como “vacuna” para la enfermedad, es decir, respirar no puede ser un delito, no puede ser ofensivo un abrazo, un apretón de manos no puede ser mal visto, un saludo no puede ser perseguido y un beso no puede ser sinónimo de suicidio. Definitivamente, no pueden inculcarnos el miedo hacia el prójimo, tenemos y debemos encontrar el sano equilibrio entre la precaución y el amor.
Ahora es necesario que la ciudadanía haga su parte, es decir actuar de manera responsable frente a la pandemia, lastimosamente esto no ocurre, y con esa irresponsabilidad se pone en riesgo al resto de la población. Entonces, ¿la libertad debe ser limitada por el Estado? Definitivamente no, la idea de un Estado controlador y veedor de todos no puede ni debe ser pensado como una posible solución a la pandemia. El Estado debe enmarcar sus medidas extraordinarias solamente al ámbito referido a la pandemia en sí, pero no por ello se debe pasar por alto el abuso a la libertad, ya que su abuso puede desembocar en un peligro para la salud pública. Entonces la libertad tiene que estar ligada a la responsabilidad individual, pero enmarcada dentro de ciertas normas excepcionales, las cuales solo pueden tener vigencia por un corto plazo en el tiempo, no es sano ni coherente pensar en un Estado regente de tiempo indefinido, pues una de las características más importantes del ser humano es su anhelo de libertad.
La pandemia ha puesto de cabeza al mundo entero, es por ello que resulta imprescindible el arte de pensar, para que los efectos post cuarentena no sean desastrosos, todavía hay mucho camino por recorrer, es importante hacerlo juntos, es necesario hacer hincapié en que el ser humano es un ser social por antonomasia, el encierro indefinido solo traería consigo conflictos y enfrentamientos.
La coyuntura es difícil, pero el ser humano siempre ha sabido responder con ingenio ante las más diversas dificultades a lo largo de su historia, y en esta ocasión no va a ser la excepción. Entonces, el miedo no puede ganar más terreno, es hora de sembrar esperanza en vez de terror, ya que el amor siempre será la mejor vacuna.
El autor es Teólogo y Bloguero.
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