Contrariamente a lo que se creía hasta hace siquiera dos semanas, el coronavirus aumentó en su captación de nuevas víctimas y, conforme se presentan más casos, hay más muertos. Para la mayoría de los países enfrentados al problema no hay explicación posible para albergar aumentos tan trágicos, pese a que en algunos lugares hay enfermos que retornan sanos a sus hogares; en otros, los aumentos no son significativos y no despiertan temores de incrementos masivos; pero parecería que la misma humanidad, atenida a que hay ciertas licencias para abandonar las cuarentenas programando fechas y horarios, hace poco caso para cuidar su propia vida.
El drama no cesa y es por decisión de la propia población que decide no acatar las disposiciones para respetar las cuarentenas y hasta irrumpe en ciudades como La Paz y Santa Cruz que mostró, como desafío, circulación masiva de personas y automotores. ¿Qué significa esto? ¿Por qué no se cree y confía en las autoridades que han pedido disciplina de la población para que respete las medidas preventivas? Quienes aducen no creer en el drama y sus consecuencias, parece que no han tomado conciencia de la realidad, sea por ignorancia o, simplemente, por contradecir a todo lo que diga el gobierno, sea por razones partidistas o simplemente por capricho o estupidez.
El problema, conforme pasan los días, tiende a agravarse y, cuando ello ocurra, “razones” partidistas darán lugar a que se diga que “el gobierno debió prever el problema y tomar recaudos inclusive antes de aparecer el mal”. Esta forma de demostrar complejos e ignorancia solamente perjudica a la población porque parte de ella cree en lo que no debe y acata boicotear las medidas. Quienes propalan rumores y comentarios malsanos que perjudican al país, deberían reflexionar sobre lo que dicen y hacen teniendo en cuenta que algunas de las víctimas que caigan pueden ser familiares o allegados de los que propagan hacer daño.
Lo que nos ocurre en Bolivia seguramente pasa en muchos países del mundo y da lugar a una desorientación total de la población, que siente vivir un tiempo inextricable o sea confuso, incierto, enrevesado, enmarañado, caótico, intrincado y hasta propenso al caos, que es lo mismo que la anarquía y la disociación de toda la colectividad.
Esta es realidad inaceptable por la mayoría que busca que el drama concluya, sean encontrados los remedios precisos contra el mal y vuelva la normalidad a todo el mundo que no puede ni debe vivir situaciones anárquicas y de disociación, en que en el día a día nadie sepa a qué atenerse, qué esperar y, sobre todo, se desespera por la angustia vivida tanto por los hijos como por toda la familia.
La humanidad, en su mayor parte, seguramente está consciente de que debe haber cambios con las experiencias y que el mal en todas sus formas desaparezca y retorne la armonía y la paz para todos. Un mundo pendiente de mejores días y de realizaciones que anulen lo que ocurre casi siempre por ideologías y políticas de enfrentamiento que determinan que el hombre sea el peor enemigo del hombre. Ahora, en medio de todo lo que ocurre de malo en el mundo y que cada nación sufre, hay un enemigo identificado que es el Covid-19 propagado en todo lugar. Este derroche de maldad tendrá que ceder ante las virtudes y valores de la humanidad que, unida, podrá desplegar sus esfuerzos para el logro de una situación que permita asegurar la paz y tranquilidad.
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