El coronavirus surge como un vendaval en un mundo en que estadísticamente hay más personas viviendo solas que nunca. La tendencia empieza a manifestarse a comienzos del Siglo XX en los países industriales y se acelera en la década de 1960. La capital de Suecia, Estocolmo, acaso represente el fenómeno mejor ya que en 2012 el 60 % de las viviendas se registraban ocupadas por una persona. Esta peculiaridad ha persistido al punto de haber sido hoy calificada como el “síndrome de Estocolmo”. En 2020 la ciencia postula que la ansiedad y el aislamiento enferman los circuitos del cerebro, aumentan: la presión sanguínea, la frecuencia de palpitaciones cardiacas, el cúmulo de hormonas de estrés e inflamación de nervios, y la tasa de mortalidad. Ahora, el aislamiento en Suecia tiene también que ver con el respeto y solidaridad que el sueco en general siente por el prójimo, lo que justifica la apertura de Suecia a la inmigración al punto de convertirse en el mayor receptor de inmigrantes del mundo por unidad de población.
El Covid-19 llega a Suecia traído de los campos de esquí italianos donde acuden en invierno miles de suecos; y el primer ministro Stefan Löfven habla de apelar a la disciplina del sueco del que se espera responsabilidad que no necesitase instrucciones. Según Bloomberg Politics, el sociólogo sueco Lars Trägardh comenta: “Cada ciudadano sueco lleva un policía en el hombro”. En abril y entrado mayo los bares y restaurantes de Estocolmo están concurridos, es primavera, también las escuelas y los gimnasios. Las autoridades hablan pero no instruyen en torno al uso de mascarillas. Al comienzo surte efecto porque la ciudadanía acepta que el “modelo sueco” se basa en la confianza que la población tiene en sus instituciones y paisanos, y que el “distanciamiento social” ha de practicarse siempre que no entorpezca la vida normal.
Pero la noción oficial de que si dos tercios de la población se infectaba y producía anticuerpos... iba a ser un avance, aunque un tercio pagaría con la vida sobre todo la senectud, resultó terriblemente erróneo porque hasta el martes 19 de mayo Suecia registra 3.743 muertes por coronavirus la mayoría mayores de 70 años, y 30.799 enfermos confirmados. La génesis de este desatino hoy se atribuye al Instituto de Salud Pública del país (que emplea epidemiólogos) que decidió proceder con el experimento postulando, increíblemente, primero, que el virus no iba a salir de China y, segundo, que de hacerlo iba a infectar a cierto número que mayormente no se enfermaría y que los que se enfermasen había que procurar sanarlos, etc. Realmente ignoraron la agresividad y complejidad del Covid-19. El epidemiólogo del Instituto, A. Tegnell, hizo saber inicialmente que las medidas draconianas tomadas para detener la propagación del virus permitirían lograr “la inmunidad de rebaño...” que beneficiaría a la mayoría. Y contó con el apoyo nada menos que del PM Löfden.
Destaquemos que 22 reconocidos profesores de Suecia especializados en enfermedades contagiosas piden públicamente la renuncia de Tegnell y un cambio de política. Así, el gobierno prohíbe reuniones de más de 50 personas. En abril prohíbe visitas a asilos de ancianos al ver que la mitad de éstos han caído enfermos y muchos han muerto. Hasta el momento no se conoce el costo del error de la política de “la inmunidad de rebaño”. Se sabe que las muertes han sido nueve veces más que en Finlandia, cinco más que en Noruega y más del doble que en Dinamarca. Lo que da validez al dicho castellano: “es de humanos errar...”.
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