Cartas desde el Viejo mundo
Julio Salas Benavides
Según leyendas, el callejón Cabra-Cancha, ahora la calle Jaén, fue un lugar tenebroso, con fenómenos sobrenaturales, apariciones y ruidos infernales. Una leyenda dice que los vecinos, cansados de estos duendes y fantasmas, decidieron colocar la Cruz Verde en la primera casa entre la calle Indaburo y Jaén, donde yo vivía. Lo hicieron para ahuyentar a todas estas criaturas malignas.
Hoy la calle Jaén se convirtió en un área de más de cinco museos. El más importante es la casa de Pedro Domingo Murillo (protomártir de la independencia del país). La calle Jaén no podía ser famosa sin sus calles ruidosas y aledañas, como las calles Catacora, Sucre, Indaburo, Pichincha, el parque Riosinho, etc.
A mediados de los años cincuenta un famoso personaje de la familia real británica visitó la calle Jaén. Se trataba del esposo de la reina Elizabeth II, el príncipe Felipe. En ese entonces no era una calle de miedo o de duendes, más bien era una calle donde en todas sus casas coloniales con dos y tres patios vivían familias felices y no con ruidos infernales, sino con ruidos de la vecindad y niños jugando todo el día. Cuando la vecindad se informó de la visita del príncipe Felipe, la recepción que recibió este dignatario real fue con mucho cariño y algarabía, incluido yo y mis amigos de la calle Jaén.
Después de más de medio siglo visité nuevamente mi calle y me encontré con un lugar frío, casi desierto y lleno de museos, aunque sigue siendo una calle bonita, con su empedrado de piedrecillas de colores. Lastimosamente ya no existe el calor de la gente, el colorido y el ruido que había cuando dejé mi callecita hace más de cincuenta años.
Es necesario comprender que los años no pasan en vano y que las cosas cambian, que la gente va y viene; me siento rodeado por mil historias y recuerdos de mi infancia, para mí esencialmente la nostalgia viene cuando quieres que las cosas se queden igual.
Me siento conectado con la historia de mi callecita y el recuerdo de mi niñez y mil historias que pasan por mi memoria, recuerdos que por momentos los humanos quisiéramos dejar atrás. ¿De qué sirve recordar? Quizá de nada, pero… recordar es volver a vivir, me ha dicho alguien días atrás, y es cierto. ¿No has recordado algo con tal sentimiento? Nos empeñamos en retomar aquel momento especial, aquella sonrisa o recuerdo feliz.
La leyenda dice que la calle Jaén data del Siglo XVI y atesora múltiples historias de acontecimientos inexplicables que sucedieron en el lugar. Esto lo puedo confirmar con mucha certeza, porque esta callecita con su empedrado de piedritas multicolores fue un lugar que nunca olvidaré, porque en las casonas donde vivíamos no había fantasmas sino más bien un calor exuberante de gente humana y Jaenista.
Bendita calle misteriosa, aquella que no se conformó con verme crecer. Que me permitió recorrerla una y mil veces más, en compañía de mis hermanas y amigos. Que por cada cicatriz que me causó, permitió también que me llevara parte de sus piedritas. Aquella calle donde aprendí a jugar, a reír, a gozar, pero también a llorar, a compartir y a perdonar.
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