Nada está perdido, solo la miseria
Regresemos, con humildad, paciencia y convicción a los elementos substanciales, elementales, constitutivos de todo cuanto es y existe. Dar a cada uno lo suyo, no a todos por igual, sería suicida, sino lo que precisan para ser ellos mismos, para realizarse, disfrutar del derecho a la felicidad, al goce, al placer y al abrazo mientras dura tu entrega no como “trabajo”, de tripalium, sino como “dafare”, faena en el sentido prístino. “Saberse”, de sapere, y aceptarse, ser coherente, tratar de no hacer daño a otro, de vivir con coherencia “honeste vivere”... honeste es mucho más… es honeste vivere, vivir con dignidad, fortaleza = prudencia, ¡qué palabra tan hermosa, fuerte, firme, clave de bóveda!... y volver a labrar la tierra, cuidarla, respetarla... “respetar” todo lo que es y existe (que no son sinónimos).
El derecho a la búsqueda de la felicidad, a la equidad, a la koinonía no puede ser opcional ni insufrible... ser uno mismo, des-envolverse, des-arrollarse, compartir, saberse y amar y dejarse amado. No se ría nadie, hay gente que no cree firmemente en ese derecho consubstancial: saberse, de sapere, buscar, aceptar, dejarse amar...
Tenemos derecho a estar aquí, pero hemos caído en el egoísmo, en la codicia (más que avaricia), en la locura de ignorar/destrozar... el saber escuchar, atreverse a saber y a saberse (sapere audiam)...
Ya los griegos lo advertían y cultivaban: conocerse a uno mismo y tratar de ser coherentes. Para no cansarles, atrevernos a querernos, a aceptarnos, a sabernos tal y como “somos” no como “estamos”. Lo más horrible es la ira, la soberbia, la ignorancia de los saberes fundamentales, de la realidad de sabernos queridos y de querernos a nosotros mismos. Sí, así como estamos y recordar que si caemos, ¡y hemos caído! el mismo suelo nos ayudará a levantarnos.
Hay espacio para la esperanza, ya no más despreciarnos y caer en la peor de las desgracias: la hybris... la desesperanza. Dicen que los dioses, cuando entendían que había que destrozar a un gobernante soberbio, comenzaban por volverlo loco. Y esta “locura” es lo que nos atenaza, nos aherroja, nos envuelve como capa viscosa de fluido de araña. Así, como somos y como estamos, no podemos coger nuestras cítaras y ponernos a cantar en el destierro de nuestra realidad más íntima.
Llamadme loco (me acojo a Khalil Gibran), pero al igual que Jeremías cuando “compró un terreno” en la víspera del destierro a Babilonia, sino como seres humanos que estamos despertando del “sueño” que padecemos como especie, como seres vivos aunque heridos en el hondón del alma. Si nos lo proponemos, nos quitaremos las legañas, nos ducharemos con aguas lustrales, nos apañaremos una tela a la cintura y cantaremos al salir a la faena que nos aguarda.
Sí, sí, somos necesarios, tenemos derecho a estar aquí y a vivir como auténticos seres humanos. No confundamos el ruido de las trompetas. Nos suenan a destrucción, derribo de muros en Jericó o castigo alguno... ¿Por quién? ¿Por imaginarios “dioses” que se desautorizarían y dejarían de ser (si es que algún día fueron, algo más “fantasmatha”). Sí, amigos solidarios, sí “robadores de momentos” (no ladrones) ¡Es hora ya de alzarnos y de ponernos en camino! Volvamos a leer el Prólogo de Unamuno a La vida de Don Quijote y Sancho. Contemplemos lo que podamos del universo, sepámonos convencidos de que somos seres para la vida, para la amistad, para el amor, para levantarnos cuantas veces sea necesario y pongámonos en camino...
Pero, amigos y hermanos, alcémonos, pasemos la palabra y el abrazo, y pongámonos en marcha para reconstruir esta ciudad enfangada.
Pasemos la palabra, aplaudamos y abracémonos, pongámonos en marcha porque es posible la esperanza. Sí que pueden los que creen que pueden, porque nadie sabe de lo que es capaz hasta que se pone a hacerlo.
Pasen la palabra, comencemos por querernos a nosotros mismos, por ser capaces de abrir las alas y volar hasta el lugar donde nacen los vientos. Recuerden a la Gran Gaviota: La perfecta velocidad es estar allí... aquí, ahora y siempre. Como decimos entre los Robadores de momentos: Yo sé quién soy y me quiero como soy y no como estamos.
¡Ánimo! Mañana está en nosotros. Abandonemos esta falsa cadena de bueyes aguijoneados hasta el matadero. La cifra más inconmensurable comienza por un número... pues, eso.
¿Acaso no sienten, amigos y compañeros, más que una desesperación, hastío o ira... una gran esperanza? Salgamos del lodazal en que han convertido el planeta y la atmósfera y pongámonos en marcha porque Babel se ha derrumbado y podemos comenzar de nuevo.
¿Cuántos son los años del hombre sobre la Tierra? Pues este viejo profesor y periodista que firma, con sus ochenta y tantos años a cuestas, alza su voz contra la escoria que les barbotea y confía plenamente en que podremos alzarnos del cieno en que nos han metido y volveremos a trabajar la tierra, a cuidar ríos y mares, a respetar océanos y la atmósfera envenenada en que han convertido esta tierra en la que vivimos, nos movemos y somos.
Han alcanzado el colmo de la degradación y de la miseria. Nosotros, los seres humanos, nos alzaremos de nuevo recién salidos de las manos del alfarero. (Oficio noble y bizarro, entre todos el primero, pues en la industria del barro Dios fue el primer alfarero y el ser humano el primer cacharro).
El autor es Profesor Emérito U.C.M.
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