Ernesto Bascopé Guzmán
Es innegable que el país atraviesa una severa crisis, la más reciente entre las tantas que han marcado nuestra historia. Se trata, además, de una conjunción de problemas particularmente complejos y difíciles.
En efecto, a la crisis política desatada por el fraude electoral del MAS, y que ha puesto a prueba nuestro aún débil sistema democrático, debemos añadir la crisis sanitaria y una inminente recesión económica. No parece, en ningún sentido, un periodo muy propicio para el optimismo.
No obstante, también es indiscutible que Bolivia superó en el pasado circunstancias aún más angustiosas y abrumadoras. Y en cada ocasión, vale la pena recordarlo, la nación salió fortalecida y encaminada en la construcción de un país moderno.
En ese sentido, la mayoría de los bolivianos cree en la necesidad de implementar un sistema democrático, siguiendo el modelo que impera en Occidente, así como en la importancia de establecer un Estado medianamente funcional. Nadie en su sano juicio toma en serio las corrientes, trasnochadas y minoritarias, que pretenden reconstruir el Tahuantinsuyo o imponer una devaluada “dictadura del proletariado”.
Con estos antecedentes y conociendo nuestra historia, no es absurdo apostar por la esperanza. Atravesaremos momentos difíciles, sin duda, pero también tendremos la oportunidad de construir una Bolivia mejor. Y ese debería ser el compromiso de cada boliviano.
Sin embargo, encontramos a quienes, con gesto desdeñoso y desde lo alto de su arrogancia, nos dicen que el país no tiene remedio, que estamos destinados al fracaso.
Son los mercenarios de la desesperanza, aquellos que cada día se ocupan de denigrar a la sociedad boliviana, magnificando sus defectos y pintando nuestras acciones con los colores más sombríos. Lo hacen, naturalmente, para promover el retorno del MAS al gobierno, quizás por convicción, pero más probablemente por promesas de cargos, influencia y poder.
Así, por ejemplo, cuando algunos funcionarios roban al Estado, como en el lamentable caso de los respiradores españoles, los mercenarios de la desesperanza intentan convencernos de que todos los bolivianos somos esencialmente corruptos. Y de ahí concluyen, de manera muy conveniente, que el gobierno precedente no era ni peor ni más proclive al latrocinio (e incluso piden que los perdonemos por haber saqueado al Estado).
Otros mercenarios se apoyan en algunas opiniones minoritarias, tristemente racistas, para descalificar a todos aquellos que se opongan al regreso del autoritarismo y el fraude, con falsas acusaciones de discriminación. Mediante argumentos falaces, intentan resucitar la idea, tantas veces repetida por la antigua propaganda oficialista, de que el MAS, y su caudillo, serían los representantes más legítimos de Bolivia, debido a ciertas características somáticas…
Pueden hacer mucho daño, evidentemente. Sin embargo, recordando la historia reciente, es muy poco probable que logren manchar una victoria incuestionable de la nación boliviana: la expulsión de una cúpula gobernante, marcada por la violencia y la corrupción, que pretendía quedarse en el poder para siempre.
Frente a los mercenarios de la desesperanza, tan activos en redes y medios en los últimos tiempos, la respuesta es sencilla: ignorarlos, desenmascararlos y avanzar. Hay mucho por hacer: esencialmente, un país que levantar.
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