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Crónicas del kolla

¡Qué está pasando, che!

E. Gerardo Mallea Valle

He querido empezar esta columna de opinión con una expresión popular, coloquial y muy tópica que refleja la enorme inquietud que sentimos quienes observamos desde lejos la realidad trepidante de Bolivia, una caldera a punto de explotar.

He llegado a la conclusión que Bolivia es uno de los países más fuertes y difíciles de destruir, de los existentes en el mundo.

¿Por qué hago esta afirmación? , simplemente por el hecho que tras una serie de gobiernos infames que han pretendido destruir nuestro país y después de los últimos casi 14 años de gran corrupción; esta Gran Patria aún sobrevive.

Tenemos un gobierno nuevo en el que depositamos mucha esperanza de retorno a una real democracia, con todas las condiciones que esta situación incluye; lamentablemente el tiempo nos demuestra que el viejo circo continúa, el deporte de la zancadilla está vigente, la ley del garrote se hace norma, la corrupción hace nido y el nepotismo es regla. En estos meses no han sido capaces de entender lo que Bolivia necesita y siguen deshaciendo el país con personalismos egoístas y particularismos nefastos.

¿Será producto de la matemática electoral? ¿Una afección colateral del COVID 19?

Creo más bien que se trata de una especie de suma de quebrados con diferente cociente.

El Sumo Pontífice Pío X expresó en una admonición: “Lo que está mal, está mal aunque lo haga todo el mundo. Lo que está bien, está bien aunque no lo haga nadie”; sentencia que me da la sensación se aplica a la realidad boliviana. Muy poco o nada se ha hecho bien; lo que en acertado sentido común nos demuestra que se ha hecho mal casi todo.

Si bien nuestra Presidente era un personaje desconocido, supo con base en buenas acciones granjearse la empatía de muchos bolivianos, sin embargo desatinos políticos van dando vuelta a la moneda hasta convertirla en las antípodas de lo que representa.

La efervescencia política en la que se ha visto envuelta Bolivia ha destapado oscuros intereses de poder, viejos vicios de nuestros “insignes políticos”, que los han convertido en depredadores carroñeros de sus con-específicos políticos.

¿Qué mágico encanto tiene el poder que obnubila la razón y enajena el pensamiento?

Quizás muchos descarriados de izquierda y derecha han decidido de manera análoga terminar la obra que un día iniciara, con cierto éxito, el emperador romano Nerón, quien, habiendo prendido fuego a Roma, en un arrebato de inteligente locura, acusó de ello a los cristianos con el único objetivo de prenderles fuego a ellos también.

Y mientras el virus angurriento, voraz y asesino galopa febril en el país, también hay bolivianos que llevan el mismo ritmo, incendiando Bolivia, contaminando con corrupción, viralizando cinismo e irresponsabilidad y culpando al otro boliviano de hacerlo.

Hemos heredado una patología tremendamente cancerígena, cuya metástasis se ha extendido por todo el territorio nacional y son nuestros actuales gobernantes quienes con sus yerros acentúan la enfermedad en vez de extirparla.

Negros nubarrones se ciernen sobre nuestro país; el temor asoma in crescendo, mientras la clase gobernante se enfrasca en una disquisición política, los corruptos se enriquecen amasando una retórica patriótica desgastada “Lo primero es el país y los bolivianos”, una hipérbole fruto del genio delictivo político. Y como si esto fuera poco…

Una serie de “ilustres egregios paladines de justicia”, que desaparecen y reaparecen después de larga ausencia, con una clarividencia superlativa (a quienes llamaría yo buitres de la desgracia) avivan las llamas con sendos pronunciamientos contrarios al equilibrio racional.

¡Qué nos pasa, che! ¿Somos bolivianos o no lo somos?

Hay un chiste que se adapta a nuestro contexto y que no puede ser más cierto: “En Bolivia cada cual va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío”, es tonto, pero certero.

 
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