Las cosas son no son como esperamos; las cosas son como son y frente a eso tenemos dos opciones: algunas las podemos cambiar y otras no, por lo tanto debemos adaptarnos a la realidad que vivimos. Cuando sentimos frustración ante nuestras expectativas, debemos decirles ¡adiós! y aterrizar.
La frustración es un sentimiento de impotencia ante deseos o expectativas no cumplidas, el no poder resolver los sentimientos de frustración te lleva a la desmotivación y abandono de los proyectos.
Existe la llamada ‘generación del merecimiento’, conformada por niños y niñas que crecen sobreprotegidos y con muy pocas exigencias, lo que limita la formación del carácter para afrontar las dificultades del diario vivir, ya que creen que el mundo gira alrededor suyo y que merecen todo y al instante.
No sabemos esperar porque todo es rápido, la tecnología coadyuva a que percibamos el tiempo de manera acelerada, no existe la empatía necesaria para pensar en las necesidades de los demás. Solo cuando nos ponen límites hacemos la diferencia, pensar en el bienestar a largo plazo y no así la satisfacción inmediata, fortaleza para enfrentar la adversidad o el dolor.
Las personas que son tolerantes a la frustración convierten los problemas en oportunidades de cambio y mejora, con la probabilidad de resolverlos.
Las dificultades de la vida diaria, el dinero que no alcanza, el miedo a perder el trabajo, las preocupaciones económicas tienen un impacto significativo y hacen a las personas vulnerables ante el enojo. La creencia de que no podemos ni queremos vivir el malestar que estamos experimentando nos conduce a la ira.
Es necesario aceptar las cosas tal como son, desarrollar la voluntad, evitar la pasividad, convertir las crisis en oportunidades y esto se consigue con elasticidad mental, la habilidad para resistir los eventos. Pensar bien es la clave de la elasticidad mental.
La frustración es parte de la vida, y el dolor está siempre al acecho, pero la diferencia estará en la actitud que asumimos ante ella, para manejarla y superarla.
Quedarse solo en la queja, en la desdicha, es un camino directo a la depresión.
La autora es Psicóloga Clínica.
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