Contra viento y marea
Después de por lo menos tres meses en que los bolivianos de a pie hemos retenido en la cabeza, aunque no siempre contenido en la conciencia, cuáles son los métodos para combatir el virus que nos azota, resulta increíble cómo algunos médicos del país y gobernantes del exterior (lo que no mengua la irresponsabilidad de nuestros profesionales de la salud) estén tratando la enfermedad con fármacos desaprobados por organismos de salud como la OMS y la OPS, y los más prestigiados científicos y universidades del mundo. Ellos han concluido unánimemente en la inexistencia de tratamiento clínico para la COVID-19. Pero, insólitamente y a contracorriente, han adoptado la decisión imprudente, en el oriente, de prescribir medicamentos que son una bomba de tiempo para la salud de los pacientes infectados. Los estudios indican que no se puede descartar la recuperación después de esos arbitrarios tratamientos, pero tampoco los daños colaterales irremisibles que podrían provocar.
La ciencia apenas ha llegado a la certeza de que solo se puede combatir algunos síntomas del virus para pacientes con sintomatología moderada, como los dolores de cabeza o la fiebre. Incluso la necesidad de cuidados intensivos debe ser rigurosamente regentada por un especialista y con fármacos y auxilios más bien tendentes a suplir la respiración que los pulmones del paciente no pueden por sí mismos cumplir. Aun así, la abundante información que en este tiempo hemos recibido nos permite establecer que un bajísimo porcentaje de pacientes tiene la necesidad de ser tratado en una unidad de terapia intensiva.
Por último, quien no haya comprendido que la patología con categoría de pandemia debe atravesar un proceso que no depende de ninguna medicación (porque no existe) y que según quien la padece, puede tener distinto desenlace, no ha entendido el peligro que supone ignorar las medidas básicas que se nos han enseñado, como el lavado de manos y otras como el uso de algún analgésico que tenga además propiedades antipiréticas; pero nada más. Eso hablando de una recuperación en casa y bajo control profesional.
Las ínfimas pruebas de contagio que se hace en el país no permiten tener estadísticas confiables de los verdaderamente infectados, por lo que las cifras oficiales diarias impiden la adopción de políticas de salud pública adecuadas. Algo de eso sucede en el Beni, donde hasta hace pocas semanas se produjo un llamativo silencio epidemiológico, que más bien fue una ilusión epidemiológica.
Y así planteadas las cosas, en Santa Cruz y el Beni especialmente, de manera insólita, se ha optado por tratar la enfermedad con hidroxicloroquina y con preferencia Ivermectina, cuyo uso en pacientes humanos es muy excepcional y no sin ciertos riesgos. Ese hecho constituye una peligrosa actitud de los médicos, que no pueden desmerecer la actuación heroica que en su mayoría están desempeñando en Bolivia, induciendo públicamente a la gente al consumo preventivo de fármacos altamente controlados. Es decir, una corriente que desafía todo estudio serio y las recomendaciones del propio gobierno, está incitando a los benianos y más aún, distribuyendo gratuitamente, como si se tratara de caramelos en Halloween, un cóctel medicamentoso, como se conoce en la nomenclatura médica a la asociación de remedios para el tratamiento de una enfermedad que los requiere; pero jamás tratándose de antibióticos, corticoides o antimicóticos para uso discrecional de sus beneficiarios.
Esos profesionales no pueden cargar con los daños hepáticos, coronarios, pulmonares, gastrointestinales que los estudios conclusivos competentes sí han demostrado ocasionar. El Beni tiene tasas de contagio y de letalidad resultantes de la COVID-19 con ribetes de tragedia y quienes están vendiendo ilusiones deben morigerar el sensacionalismo que nada tiene que ver con una medicina seria, que sostiene que ese mix farmacológico puede ocasionar la muerte. Afortunadamente, esa temeraria corriente no ha traspuesto la cordillera andina, donde hay una absoluta unanimidad entre los médicos sobre las medidas preventivas, que no tienen que ver con algún medicamento, sino con un prolija bioseguridad.
El autor es jurista y escritor.
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