En el curso de últimos meses, el desarrollo de los acontecimientos políticos del país ha registrado una situación inesperada en razón de la postergación de las elecciones generales convocadas por el gobierno de transición presidido por la señora Jeanine Áñez y, en especial, la presencia causal del coronavirus chino que obligó a que se dicte una cuarentena para prevenir la expansión de la pandemia y poner a salvo la vida de la ciudadanía.
Sin embargo, esa situación, en proceso de entrar en etapa final, se quebró súbitamente al advertirse que el partido expulsado del poder en noviembre pasado y sus jefes Evo Morales y Álvaro García Linera, estaban empecinados en una acción subversiva con el objetivo de desestabilizar al Órgano Ejecutivo, presidido por Jeanine Áñez y hacerse cargo exclusivo de las riendas del Estado.
La gota que rebasó la copa fue un aspecto estratégico de la política nacional, como fue que el Senado mostró oposición intransigente para autorizar el ascenso al generalato de numerosos oficiales que debían asumir importantes mandos dirigidos a la defensa de la nacionalidad.
Dicha actitud negativa estaba ostensiblemente dirigida a practicar un acto de innoble venganza contra las Fuerzas Amadas de parte del grupo partidario que domina ese mecanismo senatorial, como reacción a la patriótica participación de la institución militar en los sucesos de noviembre pasado, oportunidad en la que, en apoyo del pueblo en su integridad a lo largo y ancho de la nacionalidad, expulsó del poder al gobierno autocrático de Evo Morales que desprestigió a la institución militar y puso al país al borde de un colapso irreversible.
La actuación agresiva del Senado con las Fuerzas Amadas mostró la fragilidad en que se encuentra la vida institucional del Estado como efecto de la pandemia y la conjura masista y, entre otros, también reveló que los partidos políticos aún existentes, salvo alguno que otro, se han convertido en furgón de cola de la vida política nacional, incapaces de solucionar la crisis que vive el país. Al mismo tiempo, la presencia de las Fuerzas Armadas en el devenir nacional se muestra como una necesidad ineludible, antes de caer en el abismo, no por interés sectario, sino porque la realidad ha conducido al país a una solución inevitable de esa naturaleza y que ha conservado la tradición histórica nacional.
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