Los tiempos han cambiado. La bonanza económica no es más que una referencia. Los precios de nuestras materias primas están por los suelos. El coronavirus demanda cuantiosa inversión. El país está al borde del debacle.
Otra cosa fue gobernar en tiempos de las vacas gordas. Ahora tendremos falencias, que nos obligarán a convivir, inclusive, con la austeridad. La iniciativa, a este respecto, tendría que venir, indudablemente, de los personeros del gobierno central, de los parlamentarios, gobernadores, alcaldes y otros. La normalidad tardará en retornar. Y ningún “enviado”, podrá hacer milagros. El tiempo de ofertar “canchitas”, con fines electorales, acabó.
Por consiguiente, habría que ponerle el hombro al país. Ahora que se encuentra en cuidados intensivos. A consecuencia, como bien sabemos, de la pandemia del coronavirus, que pretende devastarlo, como a otros, en el mundo. Habría que involucrarse, en este propósito, sin cálculo político ni interés mezquino. Pensando, tan solamente, en la tranquilidad de más de once millones de bolivianos. Y en las generaciones, que nos sucederán.
La acción conjunta, el esfuerzo mancomunado y la unidad inquebrantable, será determinante para asumir ese gesto. Paso decisivo que le permitirá vencer escollos. Que le inyectará fortaleza y coraje en la búsqueda del bienestar nacional. Se espera, por lo tanto, el pronunciamiento, a este respecto, de orientales y occidentales, de empresarios y trabajadores, de desempleados y necesitados.
Urge, por lo visto, deponer, siquiera por unos momentos, el odio y la revancha, la mentira y la calumnia, manifestaciones propias de la bajeza humana. Estiladas, sin embargo, en dictadura y democracia, para poner zancadilla, al adversario. Una práctica que tiene sus orígenes en la politiquería de siempre. Por ello el país ha caminado con tropiezos y dificultades, desde su fundación, hasta los días del mega fraude electoral, del 20 de octubre del año 2019. Una vergonzosa página de la historia política nacional.
Con desprendimiento y voluntad política tendríamos que construir, día tras día, ladrillo sobre ladrillo, la nueva Bolivia, fuerte, progresista y respetada, que tanto ansiamos, pero una vez que haya sido aminorado el coronavirus. Todos nuestros esfuerzos tendrían que ser volcados a ese fin. No importa quien fuere el dignatario de Estado. Entonces volveríamos a soñar con un futuro mejor en Democracia.
Estaríamos en condiciones de reducir la pobreza, el desempleo, la corrupción, el nepotismo, la judicialización de la protesta, las persecuciones y la conculcación de la libertad de prensa, defectos que hemos heredado de quienes gobernaron Bolivia, en los últimos catorce años.
En suma: el pasado fue frustrante. Pero el futuro nos sonreirá, porque unidos, e integrados, entre k’aras y no k’aras, saldremos de la crisis sanitaria. Acá el racismo, como tal, no existe. El término fue manejado con fines de dividir a los bolivianos. Con fines avisos.
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