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[Severo Cruz]

Desafortunadas afirmaciones


Las desafortunadas expresiones vertidas, a fines de abril pasado, por una parlamentaria en contra de sus colegas de partido, mujeres en este caso, de origen humilde, fueron la comidilla de los más y de los menos.

Por consiguiente: gracias al respaldo y empuje de esa fuerza femenina, en cierto modo, alcanzó aquélla ese sitial honroso, que hoy le permite medrar. En otra actividad quizá no hubiera acariciado esa posibilidad.

Utilizó términos ofensivos, denigrantes, para referirse a sus “hermanas”. Como éstos: “maleantes”, “gente sucia”, “corruptas”, “demonios” y otros.

Palabras que resonaron, tristemente, en la principal casa de la Democracia. En el recinto donde se elabora, fundamenta y debate proyectos de ley. Donde conviven, pese a las diferencias, cultos e incultos, negros y blancos, orientales y occidentales. Y todos ellos trajinan por ese rinconcito donde sirven café o comidas. Lo más íntimo y apropiado para intercambiar propósitos y despropósitos.

Creíamos que los tiempos de discriminación habían sido superados, en el occidente, particularmente, a partir de 1952. Creíamos que se imponía una convivencia libre de estigmas, de discriminación y menosprecio a la persona humana. Pero estuvimos equivocados. Las familias privilegiadas, antes de aquél histórico año, asumían, en el agro, un gesto displicente, a menudo, ante sus dependientes, hombres y mujeres. Diríamos que ahora, en Democracia, la historia se repite, de una u otra manera. Los resabios de aquéllos aún se manifiestan, desgraciadamente.

Recordemos que en diferentes regiones del territorio andino vivían los menos favorecidos en condiciones infrahumanas. Inmersos en un régimen de servidumbre y, por lo tanto, postergados. Se imponía una injusta desigualdad, que lastimaba la dignidad de los sometidos. Como consecuencia de ello no sabían leer ni escribir. El analfabetismo se imponía marcando índices alarmantes.

Las discriminadas, en esta ocasión, son descendientes, directas o indirectas, de aquella generación que, por motivos de la pobreza y extrema pobreza, no pudieron cursar estudios superiores. Situación que las impide discutir, en igualdad de condiciones, con esa “honorable”. Por eso, quizá, “gritan peor que en el mercado”, según el insulto proferido por ésta. He ahí cómo son menospreciadas las mujeres de pollera y aguayo, por quien lleva vestido y tacones, en las filas de un partido populista. De ese ente político que fuera fundado por el falangista, disidente, David Añez Pedraza (1).

Utilizadas para respaldar a un régimen que inyectó el odio a fin de dividir a cambas y kollas, a k’aras y no k’aras, a pobres y oligarcas. Aplicó, sin lugar a dudas, el “divide para reinar”. Con estas acciones buscaba perpetuarse en el Poder.

Un régimen que despertaba falsas expectativas, que conculcaba la libertad de prensa y vulneraba los derechos humanos. Que encarcelaba a quienes disentían.

Un régimen que se alineaba con las dictaduras socialistas de Cuba, de Venezuela y Nicaragua. Es decir con los Castro, los Maduro y los Ortega. Asimismo con los Sánchez e Iglesias de España.

En suma: he ahí el doble discurso de quienes hablan en nombre de las mayorías nacionales.

(1) Salvador Romero Ballivián: “Diccionario biográfico de parlamentarios (1979-2019)”. Editora Presencia. S. R. L., La Paz – Bolivia, 2018. Pág. 51.

 
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