Jamás en la historia de la humanidad se había supuesto siquiera la posibilidad de que escuelas y colegios sean cerrados indefinidamente como ocurre en varios países por causa del coronavirus que ha obligado a que niños y jóvenes sufran el encierro en sus casas “hasta que concluya la cuarentena”, hecho que, conforme pasan los días y hasta semanas, se hace cada vez más lejano y hasta inalcanzable; además del sentimiento de angustia en padres de familia y desesperación en muchos niños que no conciben la posibilidad de no retornar en lo inmediato a sus escuelas y menos de perder su libertad de desenvolvimiento personal.
Es gravísimo el problema porque podría tener consecuencias que determinen la rebeldía de muchos niños y jóvenes que, urgidos por la desesperación, salgan de sus casas, y no sería raro que ocurran hechos delictivos aprovechados por personas interesadas en sembrar la anarquía. ¿Cómo frenar los desequilibrios sociales? Gobiernos, instituciones de la educación, maestros y padres de familia inmersos en problemas educativos tienen que estudiar seriamente el caso; adelantarse a los hechos y consecuencias para ver, en su momento, qué corresponde hacer; de otro modo, queda la posibilidad del surgimiento de problemas y dificultades difíciles de encarar.
La educación y la salud de la niñez y juventud son aspectos de la vida humana que deben ser encarados con mucha seriedad, vocación de servicio y dotes de caridad y amor; no cabrían en su momento improvisaciones ni medidas para “salir del paso”, sino acciones serias y responsables teniendo en cuenta la sensibilidad, susceptibilidad y hasta rebeldía de niños y jóvenes. Llegar a la situación de contar con escuelas cerradas es lo mismo que condenar a la nación a una especie de marasmo y retroceso, cuyas consecuencias serían fatales.
Las escuelas, conjuntamente sus contenidos -niños y jóvenes- dan vida a los pueblos, los tonifican y agilitan sus posibilidades de desarrollo y progreso; son instrumentos de fortaleza y dinámica humanas y caudales de energía y fortaleza que es preciso agrandar y perfeccionar. A todo ello contribuyen decidida y decisivamente las generaciones que sustituyen a las actuales y que necesitan acrecentar sus virtudes para hacer que sus valores y principios sean el permanente sustento y fortaleza de la libertad, la justicia y la democracia.
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