Experiencias de toda naturaleza han mostrado que el ser humano es propenso a imitar o copiar lo que ve y siente en su entorno; pero, en máximo grado cuando se trata de conseguir ventajas, no vacila en hacer lo mismo porque cree o seguramente piensa que hallará algo que lo deje satisfecho porque casi normalmente hay muy poco que lo contente. El no acatar o cumplir normas, reglas o leyes o tradiciones hace que, muchas veces se transgreda lo que había que respetar o cuidar e ingresa en los amplios caminos de la corrupción e imita o copia lo que otros hicieron sin temor alguno a las consecuencias.
El poder económico o de cualquier naturaleza muchas veces ciega y da lugar a que sean cometidos hechos delictivos, aun sabiendo que merecerán penas y castigos. Quienes infringen las leyes ,basados en experiencias de otras personas que habiendo cometido faltas o delitos no han sufrido reproche o condena alguna, hacen lo mismo e imitan y mejoran sistemas y métodos atenidos a que “la misma ley permite” y no hay poder capaz de juzgar o condenar. Y si las leyes lo quieren inculpar, surge la “solución” basada en corromper a quien sea encargado de actuar en nombre de la justicia y, si la falta o delito es muy grande: “total… están los abogados que arreglarán el caso…, remedio aplicado por políticos corruptos que, acostumbrados a la inmoralidad y a cometer delitos de toda naturaleza, también saben “qué puertas tocar y a quién recurrir” para arreglar cualquier entuerto por grave que sea y, además, porque conocen las artimañas de la corrupción que posee inmunidad para actuar con impunidad.
La corrupción tiene mil formas para comprometer inocentes y salir airosa de la sima de mugre en que ha caído, algo atenida a lo que Napoleón decía: “No hay hombre que no se venda, sólo hay que saber su precio”. En cada régimen político se conoce a los dispuestos a crear cercos para conseguir adeptos al fácil enriquecimiento y para cometer cualquier acto de corrupción en su beneficio y del entorno en que se desenvuelve. Depende, pues, de cada gobierno no rodearse de “santos” cuyas aureolas están plenas de fango y miseria, pero que poseen los medios para comprometer a cualquier funcionario. Lo peor es actuar con permisividad y dejar pasar faltas y delitos.
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