Hubo un tiempo de bonanza por los altos precios del gas y de los minerales en el mercado internacional, que no fue aprovechado para implementar proyectos de salud en el país. No estuvimos preparados para contrarrestar los efectos letales del coronavirus, pero fueron hechos esfuerzos titánicos para preservar la vida y la salud.
Estamos inmersos, por consiguiente, en una crisis sanitaria sin precedentes en la historia. En una que conlleva, inclusive, sombrías perspectivas económicas. En la más profunda incertidumbre y zozobra, en la desesperación y la tragedia.
Pese a ello, el gobierno nacional, transitorio y constitucional distribuyó diferentes bonos a personas mayores, jóvenes y niños del país. Recursos que permitieron sobrellevar, a la mayoría ciudadana, los traumáticos momentos de la cuarentena, asumida conforme directrices de organismos internacionales de salud.
Quiénes vivimos en Bolivia, sustentando firmemente nuestra independencia política, conocemos de cerca esa realidad. No nos guiamos por meros comentarios ni chismes de dudoso origen. La pandemia, según entendidos, no sólo devastará vidas, sino que profundizará las desigualdades. A partir de ese momento tendremos pocos emprendedores y muchos necesitados. Habrá mayor desnutrición, deserción escolar e inseguridad. El desempleo, problema que no fue encarado responsablemente durante los últimos 14 años, frustrará los sueños de mejores días de amplios sectores populares. Sería interesante, para evitar problemas sociales de esta índole, emular la actividad empresarial del oriente, que genera 7.000 fuentes de trabajo de forma directa y más de 25.000 de forma indirecta. No sólo ello, sino promover decisiones políticas a fin de fortalecer la inquietud productiva de pequeñas, medianas y microempresas que aportan a la economía nacional. Ah, entonces otro sería nuestro destino. El comercio informal tenderá a crecer. Tendremos más vendedores y menos compradores.
Pero no debemos perder la esperanza. Debiéramos construir, de manera inmediata un proyecto político que refleje los tiempos actuales. Y que priorice, particularmente, el empleo, la educación y la salud, en Democracia.
Una nueva tendencia identificada con el bien supremo: la vida. O sea un mecanismo al servicio de la salud. Una alternativa antagónica a derecha e izquierda, oportunistas y decadentes. Entre estas fuerzas pululan políticos, y politicastros, que menosprecian la vida y la salud. Prueba de ello es que, en plena cuarentena, continuaron con su “carnaval”, o proselitismo político, como las movilizaciones, digitadas por quienes piden elecciones inmediatas. Asumieron, inclusive, aires de “salvadores”. Que ocurrencia. El pueblo no es tonto, se da cuenta de las payasadas.
Sabe quienes ahora presumen de honestos, transparentes y manos limpias, no obstante que en sus gestiones se detectó acciones sospechosas en el manejo de la cosa pública. Acá son pocas las personas intachables, con autoridad moral, para cuestionar, criticar o condenar. Los demás lo hacen con afanes mezquinos. He ahí la verdad pura.
Quiénes tienen un pasado, que aún está en debate, se atreven a ofrecer consejos, a exigir lo que no pudieron hacer en sus gestiones, a plantear elecciones, a como dé lugar, como si éstas fueran el antídoto para la enfermedad que azota a Bolivia. Es una vergüenza, por cierto.
En suma: aún es tiempo para aunar esfuerzos por el bien común. La decisión está en manos de más de once millones de bolivianos y bolivianas, quienes deben asumir, ahora más que nunca, actitudes constructivas, inclusivas y duraderas, en la histórica búsqueda de una nueva Bolivia.
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