Henry Pablo Ríos Alborta
Junio es un mes decisorio en el destino de Bolivia, así como lo son también algunos otros meses. El 12 de junio de 1935, en Buenos Aires, “sin vencedores ni vencidos”, se celebraba el Protocolo Preliminar de Paz entre Bolivia y el Paraguay, disponiendo su Protocolo Adicional la cesación de hostilidades para dos días después, el 14 de junio.
Era la culminación de un proceso que, en lo diplomático, había iniciado varios años atrás, aún antes de la guerra, entre conferencias diplomáticas, mediación de terceras potencias y reuniones en Washington.
Quisiéramos, al conmemorar una fecha cívica tan importante como esta, subrayar dos aspectos de la cuestión, de manera bastante somera. Primero hemos de notar la dramática relación existente entre el Comando del Chaco y el presidente de la República, don Daniel Salamanca, serie de desinteligencias que comienzan en 1932, cuando los responsables de una observación aérea sobre Laguna Chuquisaca, elevan su informe y se lo hace llegar al Presidente ocultando la información de que en su orilla oriental habían visto algo que bien podía ser un fortín paraguayo. El Presidente había ordenado que, en caso de existir asentamientos o fortificaciones paraguayas, de ninguna manera se proceda a ocupar dicha orilla oriental de la laguna. El mando militar, subalterno del Presidente, ordenó, sin embargo, ocupar dicha orilla, desatando una vorágine de fuego. Esto lo ha referido, con sus respectivos fundamentos, quien fuera ministro de Relaciones Exteriores y estrecho colaborador del presidente Salamanca, don David Alvéstegui, en su libro “Salamanca. Su gravitación sobre el Destino de Bolivia”, en cuatro magníficos tomos.
Así se sucedían las cosas en el Chaco. Aquella desinteligencia, insubordinación, en su caso, falta de coordinación, marcó negativamente y le infirió un grave perjuicio al desarrollo de las operaciones militares bolivianas. El Ejército de entonces debía estar siempre subordinado a las directivas del Capitán General, que es el Presidente de la República, y éste debía ceñirse a cumplir su rol de tal, en perfecta circunspección y apego a la Constitución. Reinó, sin embargo, la falta de entendimiento y comprensión.
Para el Gral. Juan Lechín Suárez, esto se debió en gran medida a que el Comando en Jefe del Ejército se había trasladado al teatro de operaciones, cuando a su juicio debió permanecer en la sede del gobierno para coordinar con el Capitán General, ya que esa es su función e incurrió en el error, a su juicio, de ejercer funciones subalternas, queriendo comandar en el teatro de operaciones, cuando esa era tarea para los comandos de las grandes unidades y de los regimientos.
El otro aspecto que queremos subrayar es la indisciplina que cundió en muchos momentos, no en todos, en el campo mismo de batalla, particularmente en los mandos superiores y estrictamente entre los militares. Sobre esto el Gral. Ángel Rodríguez, Jefe de Operaciones del Comando Supremo boliviano en el Chaco, nos dice lo siguiente en su serie periodística “Los culpables”, invalorable documento histórico que fue publicado en EL DIARIO, del 24 de julio al 10 de agosto de 1944. Dice el Gral. Rodríguez, refiriéndose al Cnel. David Toro, por entonces comandante del Cuerpo de Caballería, cuando la maniobra de Picuiba:
“Así fue cómo este jefe había destacado al teniente coronel Ichazo su Jefe de Estado Mayor, para que convenza al Segundo Cuerpo sobre la bondad y los grandes resultados de su nueva maniobra local, en reemplazo de la operación preparada por el Comando Superior. Y aquí viene lo raro: el coronel Ichazo no llegó a hablar con el coronel Bilbao, pero logró convencer al Jefe de Estado Mayor, teniente coronel Áñez, y ambos cuerpos entraron de acuerdo para ejecutar el nuevo absurdo”.
Esa escena nos pinta algo que fue recurrente en el teatro de operaciones, la representación y aún la indisciplina, en algunos casos la insubordinación en los mandos superiores bolivianos, entre jefes particularmente.
Empero el soldado boliviano, el hijo del pueblo y de las ciudades de esta tierra y el Ejército en general, supo arrostrar la contienda y, con tesón y con valor que dignifica nuestra historia y nuestro gentilicio, se rehízo siempre que tuvo una contrariedad.
Así llegamos al cese de hostilidades en un momento, el último período de la guerra, particularmente favorable a las armas bolivianas. La batalla de Villamontes de febrero de 1935 había diezmado considerablemente las filas paraguayas y, siendo su objetivo militar y político supremo, no intentó ya, luego de una segunda tentativa igualmente sangrienta y fracasada, tomar Villamontes. Vino después la batalla de Camatindi, la retoma de Tarairí, la ocupación y consagración del Parapetí. Sucesos felices para las armas bolivianas, cuando sobrevino el cese de hostilidades.
Queremos concluir este homenaje citando al Gral. Ángel Rodríguez en su crónica periodística ya referida, firmada en Chulumani, mayo de 1944. El Gral. Rodríguez fue Jefe de Operaciones del Comando en Jefe, siendo Comandante en Jefe el Gral. Enrique Peñaranda y Jefe de Estado Mayor el Cnel. David Toro, cuando sobrevino el armisticio. El Gral. Rodríguez fue comisionado como Asesor Militar a la Conferencia de Paz de Buenos Aires. Su testimonio nos muestra lo dramático del momento y el trance que pudimos superar como nación:
“En las largas conversaciones que se llevaban a efecto en Buenos Aires entre los miembros de la delegación, yo guardaba un silencio absoluto, pues no me tocaba intervenir. Pero llegó el momento de conocer la opinión de cada uno para decidir si se rechazaba o aceptaba la cesación de hostilidades. Alguien opinó en esos momentos de responsabilidad que se debía consultar al Comando. No pude más y levantándome del asiento dije enérgicamente: “El comando soy yo”. Tenía en mi conciencia que esta afirmación podía hacerla con mayor derecho que cualesquiera de los dos que habían quedado en Villamontes planeando disparates.
[…]
Cuando hubieron terminado todos, hice una exposición de la situación dejada: pinté la realidad, dije lo que se podría hacer con un buen comando. En seguida pregunté al ministro de Hacienda, señor Carlos Víctor Aramayo, si se contaba con dinero para continuar la guerra. El señor ministro contestó que no había dinero.
Inmediatamente repuse, en mi calidad de asesor militar y de personero del comando: “es mi opinión que se acepte la cesación de hostilidades porque tampoco hay comando…”.
[…]
Y aún hoy día, tengo el convencimiento de que he salvado las petroleras”.
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