Cuando un pueblo es atacado masivamente por alguna desgracia, en lo primero que piensa la colectividad es en la virtud de la solidaridad que es condolerse del dolor y desgracia ajenos y acudir en su ayuda o auxilio con miras a paliar las consecuencias de lo sufrido. En la mayoría de los casos, ese sentimiento se hace patente con el apoyo moral y, de ser posible, con la ayuda económica que se precise. Esta actuación humanitaria ha sido norma en algunos países que no han vacilado en apoyar a quien sufre una desgracia como es el caso de terremotos, incendios y otros desastres naturales que cercenan la vida de personas y riquezas vegetales y animales. Muchas experiencias de toda laya tenemos los bolivianos, como es el caso de los incendios producidos en la Chiquitanía y que significaron la pérdida de millones de hectáreas, otros casos del pasado nos han mostrado situaciones en que se patentizó el amor, entrega y ayuda de amigos, instituciones internacionales y países que han comprendido y valorado los sacrificios soportados.
Ahora, la presencia letal del coronavirus es muestra clara de que casi todas las naciones víctimas han tenido la solidaridad de la comunidad internacional y, en casos, han recibido la retribución debida cuando tuvieron que sufrir el mismo problema hasta con la pérdida de vidas y la pérdida de muchos bienes. Es la solidaridad que ha paliado el dolor de quienes sufrieron las desgracias, es ella que ha mostrado que el ser humano encarna las mejores virtudes y cualidades con miras a aliviar el dolor y las necesidades ajenas; es el corazón de pueblos e instituciones que se han hecho cargo de padecimientos jamás esperados y es la solidaridad que encuentra personas y sitios a los que puede volcar su sentido de apoyo al bien común.
Las experiencias habidas en el mundo han dejado la lección de que todo bien que se haga es retribuido con el doble o, lo más importante, es semilla que madura y fructifica en bien de comunidades tal vez más necesitadas, más urgidas de amor, comprensión y apoyo solidario. Ante situaciones que implican sufrimiento, nadie puede soslayar apoyo y comprensión, nadie puede medir la intensidad del padecimiento de los que sufren y nadie puede medir el llanto y dolor de niños, mujeres y ancianos que padecen los rigores de las necesidades no satisfechas, de la comprensión y amor conculcados por sentimientos mezquinos que adornan a quienes no tienen conciencia de lo que es el bien común, que debe ser cualidad de vida y entrega a lo que es digno, noble y hace honor a la condición de ser humano.
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