Luis Christian Rivas Salazar
Cuando entro al baño de una casa ajena, cierro la puerta, no porque esté haciendo cosas ilegales, sino por tener un espacio privado para desenvolverme en la intimidad, como lo hiciera en mi habitación sin que existan unos ojos que observen mi anatomía genialmente diseñada por el creador. Me aterra pensar en una sociedad donde las paredes sean vidrios transparentes donde el Gran Hermano pueda observar todos los movimientos, tal como si se estuviera en un panóptico, en este caso, el infierno sería la mirada del otro; pero por su condición, muchos aceptamos la presencia del Omnipresente, pero no así de la intromisión de cualquier mortal en los fueros internos.
Cada día, el Estado y el corporativismo van derrumbando las paredes y nosotros estamos dejando abierta la puerta del baño para que nos vean, los burócratas nos dirán que es por nuestro bien entregar todos nuestros datos e información, las corporaciones lo harán para obtener ganancias de nuestros gustos, elecciones, preferencias y placeres; llegándose al extremo de saber en tiempo real dónde uno está ubicado, qué lugares visita y frecuenta, con quiénes habla, se reúne, congrega, acompaña, dónde se marcha o manifiesta, es más, los modernos vehículos ya traen dispositivos como los celulares y ordenadores que se integran y complementan para que sepan de nosotros, más que nosotros mismos.
Algunos me dicen: “Chris, qué problema te haces, si no haces nada malo, no tienes por qué preocuparte, es por nuestro bien”. Pienso en mi interior (tal vez de los pocos lugares que todavía puede considerarse privadísimo), estas son personas que dejarían las puertas abiertas del baño, es más, dejarían que les grabasen con una cámara de vigilancia por sentirse seguras. Me imagino a nuestros tatarabuelos horrorizados con tanta falta de privacidad, tengo un tío que por nada más, no utiliza celular, si quieren encontrarle que sea por teléfono fijo. Benjamín Franklin nos diría: “Aquellos que renuncien a una libertad esencial para comprar un poco de seguridad momentánea no merecen ni una ni otra y acabarán perdiendo ambas”. Pero mis contemporáneos, prefieren renunciar a la libertad y encerrarse en sus cuevas, obedeciendo, deshumanizándose por orden de la ley, monitoreados, bombardeados hasta el hastío de información seleccionada para consumo masivo, con miedo, terror e histeria colectiva, aceptando declarar bajo juramento qué hacen y qué no hacen, denunciando a los rebeldes y aplaudiendo el castigo por disidencia.
Declarar bajo juramento cómo se obtuvo y el destino de los ingresos frente a los cajeros es una de las coerciones más insoportables que puedan existir, peor en países de economía informal, donde no se puede justificar la venta minorista de papa o el uso de los aparatos reproductores para hacer dinero, más si estos operadores financieros son máquinas de lavado de dinero, en fin, la hipocresía; contra la arremetida del Derecho a la privacidad que se tiene que proteger de cualquier intromisión y la reserva del sector privado, zona espiritual, fuero íntimo que representa la personalidad, no propongo la vuelta al pasado, vilipendiando la tecnología, sino más bien fomentando y divulgando su uso correcto a favor de la libertad.
Frente al Estado, corporaciones y bancas mercantilistas, está el uso de la tecnología blockchain, cadena de bloques, que permite al individuo encriptar sus datos, recibir información, navegar, realizar transacciones de forma libre y voluntaria sin necesidad de un tercero, de la intromisión de un tercero, para eso están desarrollándose empresas startups, que te permitirán recuperar la privacidad tan anhelada. Antes de la aparición del Bitcoin y del Libro blanco (2008-2009), Timothy C. May presentaba El Manifiesto Criptoanarquista en 1988, en proximidades de Silicon Valley, en defensa de la privacidad en internet contra el “Ciberestado”, podríamos decir que fue un anarcocapitalista: “Al igual que la tecnología de impresión alteró y redujo el poder de los gremios medievales y la estructura del poder social, también los métodos criptológicos alterarán la naturaleza de las corporaciones y la interferencia del gobierno en las transacciones económicas”, ¡así sea!
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