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Crónicas del kolla

Hay que ser pobre, ¿no?

E. Gerardo Mallea Valle

En los últimos años se ha formado un singular “estereotipo”--un tanto folklórico-- acerca de cómo debe ser una persona que se identifique como “pueblo”; identidad claramente asociada a una percepción ideológica que comulga con el socialismo.

Esta aberrante conclusión urdida entre “awayos y wiphalas” --sin ofender nuestra cultura-- ha logrado adoctrinar a un gran segmento de nuestra sociedad, que piensa que “ser del pueblo”, es sinónimo de ser pobre, ataviarse con polleras, ponerse ch‘ullos (lluchus), esgrimir wiphalas, necesariamente hablar un idioma autóctono; color de piel morena, mal vestido, desaliñado, poco aseado y conducta inapropiada (a título de libertad de expresión). Poco respeto a las autoridades vigentes, oposición tenaz a toda decisión del gobierno (por más coherente que sea).

Exactamente lo contrario “de pueblo” sería ser rico, exitoso, bien vestido, circular en vehículos modernos, disponer de los últimos adelantos importados en tecnología, tez blanca, ser pequeño o gran empresario, no hablar algún idioma originario, no vestir algún atuendo autóctono y a los que se denomina generalmente “derecha fascista”, “k‘haras” o imperialistas.

Lamentablemente, los conceptos ideológicos han sido totalmente alterados. Ni el socialista necesariamente debe vivir bajo el puente; ni el liberal debe ser necesariamente rico. El de izquierda puede nacer en cuna rica y el liberal puede nacer en cuna pobre. Por lo tanto, si habláramos del “pueblo boliviano” estaríamos mencionando un conglomerado de personas nacidas en territorio boliviano con los mismos derechos y obligaciones, sin discriminación alguna e iguales ante el Imperio de la Ley.

Los enfoques políticos deben ser establecidos para ayudar a mantener y mejorar los principios y valores de una sociedad; para que ésta sea más humana, productiva y beneficie a la gente y no para el servicio de un grupo de tejedores de riqueza ilícita.

La cultura debe evolucionar con su propio ritmo, no debe haber imposición política, cosa que ha venido sucediendo en estos últimos años, llevando a la pollera y la wiphala a un estadio superior, exaltado religiosamente por aforismos que han adormecido el libre pensamiento de muchos bolivianos, utilizando afectos y emociones identitarios culturales, corroborando de esa manera las observaciones de Marcelo Colussi, quien explica “Nuestra sociedad es la más fetichista que jamás ha existido porque valora a los objetos como personas y a las personas como objetos…”.

El amalgamar cultura e ideología política ha generado para el MAS un gran rédito y negocio redondo, que ha logrado amasar fortunas personales en desmedro de las necesidades y desarrollo del país, sosegando la exigencia del pueblo con “espejitos” y bagatelas que deslumbran y adormecen a un pueblo enfermo de un “Socialismo absurdo”, una versión descafeinada y sucedánea de un real socialismo.

Los socialistas del MAS no aprueban la variedad, no aceptan que haya algunos con riqueza y otros menos ricos; no aceptan que unos sepan más que otros. Creen que la naturaleza humana acepta ser inferior humanamente o económicamente que otros. La naturaleza humana debe ser tratada con sus defectos y virtudes. La gente es diferente, la motivación no es la misma, el comportamiento no es el mismo; no es justo aceptar una sola visión del mundo que aplique a todos por igual, sin considerar las capacidades de cada uno.

Los principios socialistas solo promueven el primer nivel de la Escala de Maslow, donde la gente vive para sobrevivir. Claro, sobrevivir y flojear, esos son los objetivos socialistas, nada de trabajo (pregúntenselo a Juan Grabois). Los masistas promueven la entrega de trabajos para todos, aunque no estén preparados para ejercerlos; creen en las jerarquías planas, donde todos pueden ser gerentes sin las habilidades requeridas.

Los masistas alaban al régimen de la Isla sin darse cuenta de que la revolución no benefició al “Pueblo”; la dictadura transfirió la riqueza de los ricos a sus burócratas, solo se benefició el partido en el poder, el pueblo aún espera. Situación idéntica en Venezuela; y en Bolivia, Evo Morales y Álvaro García Linera pretenden volver para continuar desvalijando a un pueblo enfermo de “corrupcianitis gravis” y convulsionado por un socialismo absurdo.

La gente acepta los malos gobiernos por interés: unos por dinero, otros por fama, otros por poder y otros por testarudez. Sea como fuere, el gobierno de Jeanine Áñez cuenta en sus filas a los malos de la película y esperemos que en su infinita “ingenuidad” no termine como en aquel cuento del jactancioso gallo “Quirico” que, creyendo ser invitado en la boda, acabó en la cazuela para servir de manjar en el convite.

 
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