Se puede decir que el pueblo boliviano solo tiene un recuerdo remoto de la pesadilla que vivió durante catorce años bajo el gobierno de Evo Morales-Álvaro García. También se puede pensar que, pasados casi siete meses de la insurrección de noviembre del año pasado, ha surgido una especie de olvido del episodio que expulsó del poder al cocalero del Chapare, hoy cómodamente refugiado en el exilio dorado en la capital argentina.
Ese olvido, sin embargo, se debería a que durante los meses transcurridos la población ha estado preocupada por una fallida convocatoria a elecciones, algunos fugaces momentos políticos de menor cuantía, pero principalmente por la pandemia del virus chino, que tuvo que ser objeto de medidas extremas de parte del gobierno.
En ese lapso, algunas declaraciones destempladas de Evo Morales fueron, pese a su virulencia, pasajeras por su contenido prosaico, que lo único que consiguieron fue hacer ver que el prófugo fue sobrepasado por el desarrollo histórico del país y que lo que le queda es ser enterrado, con su aparcero Alvarillo, bajo una cruz negra.
Pero, si bien Evo fugó del país, al parecer quedó insepulto el evismo, gozando, además, plácidamente con jugosos sueldos y dedicado a la conspiración y el sabotaje, en gran parte de los mecanismos del Estado, como los órganos Legislativo y Judicial y otras importantes dependencias públicas (Fiscalía de la Nación, Defensoría del Pueblo y otros), en los que están aún atrincherados quinientos mil seguidores desorientados del prófugo y esperando por dónde saldrá mañana el sol.
Esos aspectos poco menos que ridículos han creado entre la población un estado de duda y hasta incertidumbre y una sucesión de crisis menores que, no obstante su pequeñez, podrían desembocar en otra de magnitud, aunque no se puede pronosticar en qué manos podrían caer las riendas del Estado.
Sin embargo, sí se puede asegurar que el cocalero y sus acompañantes que se cuenta con los dedos de una mano, no tienen la menor opción de cumplir sus deseos, o bien porque se les han cerrado los caminos del saqueo de las riquezas naturales del país, los canales de la corrupción y otros no menos repudiados, o bien porque de intentar esos sueños, solo se trataría de casos psicopatológicos que bien merecerían la atención psiquiátrica oportuna de especialistas en esa materia, los mismos que, sin duda, existen en clínicas para enfermos mentales de Argentina.
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