El universo de la corrupción es tan grande que resulta difícil describirlo y lo más que se puede hacer es tratar de mostrar el inmenso campo en que se desenvuelve y hace estragos de vidas, haciendas y moral del ser humano. Sus espacios, amplios y libres de obstáculos, tienen vías que siempre están a disposición de quienes quieren ocuparlos.
Los caminos cortos que están a disposición de quien está dispuesto, porque en el entorno de trabajo o de realización de su vida, puede encontrar los medios y objetivos aprovechables y, además, lograr el concurso de quienes estén prestos a secundarlo a cambio de beneficios pobres o suculentos; esta es una vía, pues, expedita que no duerme ni descuida sus intereses y conveniencias, vía que puede pasar desapercibida para quienes estén en el mismo plano de realización del delito, vía fácil e indenunciable porque no deja testigos ni pruebas.
El camino largo y libre de obstáculos que tiene luz verde para transitar por donde se quiera; un camino en el que se encuentre, seguramente con facilidad, ayudas y cómplices dispuestos a conseguir todo lo imaginado y que también puede pasar desapercibido por carencia de testigos y pruebas, un espacio que seguramente dará muchas ganancias tan sólo cuidando que, por lo conseguido, no se den pautas para descubrirse lo hecho; pero, un medio que sólo requiere de esperas para disponerlo festinatoriamente al estilo de políticos que hacen gala de “obras patrióticas” para cubrir sus malos procedimientos concretados con total inmunidad que, ante autoridades corruptas, adquieren impunidad.
Finalmente, están los caminos anchos que para la consumación de hechos corruptos son anchos y amplios, sin obstáculo alguno y con el panorama despejado, libre de obstáculos. Así, los caminos anchos se cubren también con los que ya transitaron por las vías cortas y largas para llegar a las metas donde la discrecionalidad actúe impunemente por contar con bancos a los que no interesa la procedencia de lo que se deposita pero engrosa sus caudales. Caminos anchos que están recorridos por los corruptos de toda laya y calibre pero que se confunden con los inocentes y honrados para pasar por los espacios donde “reinan la decencia, la honradez y la honestidad” seguramente en bien de “importantes misiones encargadas por sus sitios de origen”.
¿De cuántas dignas personas que figuran como honestos ciudadanos están cubiertos esos caminos que viven apoyados o respaldados por los que predican, sin practicarlas jamás, las virtudes más excelsas? Deben ser tantos que sería imposible contarlos y menos identificarlos.
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