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Cartas desde el Viejo mundo

Racismo, intolerancia, monumentos

Julio Salas Benavides

El pasado 25 de mayo, en la ciudad de Minneapolis, el afroamericano George Floyd falleció durante un altercado con la policía. Durante este arresto, cuando el sujeto estaba tendido en el piso tras ser detenido, un policía le presionó una rodilla contra el suelo por al menos ocho minutos. La ambulancia con personal médico llegó unos minutos después, pero George Floyd falleció una hora después en el hospital.

Los videos del incidente que se vio en las pantallas de la televisión fueron escalofriantes porque mostraban a George Floyd repitiendo las palabras “no puedo respirar”, mientras era mantenido boca abajo en el suelo por un policía. Esto provocó violentas protestas en Minneapolis, donde lo subsiguientes días hubo marchas y protestas de miles de personas de diferentes sectores sociales, protestando contra el racismo y la brutalidad de la policía. Hubo protestas por tal hecho no solamente en Estados Unidos, sino también en muchas capitales del mundo.

En estos últimos días el asesinato de George Floyd llegó al Reino Unido y al resto de Europa. Las protestas en Londres y Bristol comenzaron con violentos ataques vandálicos a las estatuas de diferentes protagonistas de la historia pasada de este país, entre ellos el respetado Winston Churchill. El primer ministro Boris Johnson hizo un llamado para que la gente no participara, asegurando que la causa anti racista había sido tristemente secuestrada por los extremistas con intenciones violentas. Los ataques contra la policía y los actos indiscriminados de violencia que hemos presenciado durante estos días son completamente intolerables y aborrecibles, recalcó el Primer Ministro en sus redes sociales.

El sábado pasado la capital británica nuevamente se convirtió en escenario de una batalla campal con serios enfrentamientos entre los que apoyan “Black Lives Matter” y grupos de extrema derecha.

La humanidad está viviendo momentos difíciles e incomprensibles, no solo estamos luchando contra una pandemia escalofriante que está azotando al mundo con consecuencias de pérdida de cientos de miles de vidas humanas y con colapsos económicos para muchos países. Ahora también un desorden y despliegue de ira e intolerancia racista está cruzando fronteras en el mundo, como si fuera otra pandemia.

La misma naturaleza de las manifestaciones hace pensar que hay un deseo ferviente de cambio, una necesidad de resolver injusticias históricas. Pero ¿cuál es el objetivo final? Dependiendo del gobierno al que se le exige cambios, los resultados pueden variar.

Un gobierno democrático dispuesto a escuchar el clamor del pueblo puede ser más proclive a adoptar reformas o se puede cambiar de rumbo a través de las urnas.

Los gobiernos autoritarios, en cambio, rara vez ceden y confrontarlos puede terminar generando regímenes más duros todavía o guerras civiles.

Quizás con el pronunciamiento de que las autoridades americanas procesaran por asesinato a los policías involucrados por la muerte de George Floyd y no solo se limite la sanción a sus despidos, la tensión aminore y vuelva la calma, sin embargo, tengo el presentimiento de que la furia del movimiento “Black Lives Matter” persistirá por mucho tiempo más.

 
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