En una entrevista concedida a Radiotelevisión Española, en el año 1984, por los laureados escritores Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Fernando Savater, y otros, se reflexionó, entre muchos otros temas, sobre el compromiso de los intelectuales en la sociedad de su tiempo. Esta reflexión no es ajena a nuestras circunstancias históricas nacionales, y mucho menos lo es frente a los dramáticos sucesos históricos que vivió y todavía vive Bolivia.
Un primer problema abordado en el programa televisivo fue el exceso de dogmatismo --y yo añadiría maniqueísmo-- entre las diferentes visiones de sociedad. Por ejemplo, desde una buena parte de la izquierda boliviana se nota indiscutiblemente una posición que sustenta, sin ambivalencias o críticas internas, la necesidad de un orden, entendido --quién lo diría-- como una herencia del patrimonialismo colonial. En efecto, es notorio que la revolución democrática y cultural pregonada por Evo Morales Ayma, cayó como saco roto en una forma de autoritarismo ajeno a la modernidad y a las reglas de la democracia occidental. Pero también es preciso decir que la así llamada revolución antes citada, parafraseando a Octavio Paz, es en términos un tanto literarios y sociológicos más que políticos, la revelación más antigua de la sociedad, donde la fiesta con todos sus sentimentalismos y excesos cobra un papel preponderante.
En América Latina, lo dijo en su momento el Nobel mexicano, pero también en menor medida Vargas Llosa, no tuvimos un Voltaire, un Kant, o un Hume, que aportaran con sustento una visión liberal, pero a la vez democrática de construcción democrática y social. De tal modo, las revoluciones bolivianas, todas ellas sin excepción, son herederas de formas de un “paternalismo mágico” en el que el líder y la élite política subvierten todo principio de coexistencia pacífica y avance hacia una democracia plural.
Por otro lado, los actos de violencia y perpetua rivalidad de contrarios hacen pensar que las formas de populismo se hallan fuertemente arraigadas en la sociedad boliviana, tanto así que es menester cambiar de rumbo a favor de una recreación de la democracia, a partir de sus valores más fundamentales: a) la igualdad ante la ley --subvertida gravemente por el gobierno anterior en una constante y frenética posición etnocéntrica de la sociedad--; b) la libertad, tan menoscabada por la historia boliviana en su conjunto que no parece mirar la necesaria instauración de un Estado Constitucional de Derecho; c) la independencia de los poderes políticos, sobre lo cual ya se ha escrito suficiente; d) la búsqueda y debate de nuevas formas de gobierno, que desencadenen una merma del Estado burocrático, autoritario y centralista, a favor de la materialización de una anhelada República Federal y Parlamentaria.
Evidentemente, en cuanto a la cultura, los poderes públicos deberían gestionar una educación laica sin negar el pasado indígena en todas sus manifestaciones humanas y artísticas, cuestión que desde mi óptica obedece a un cambio de timón a favor de los derechos fundamentales. Obviamente en esta recreación de la democracia, y apelando al principio de igualdad ante la ley, es necesario rever otras visiones etnocéntricas --como la de tener dos banderas nacionales, más de una treintena de idiomas oficiales-- y otros enunciados rimbombantes pero carentes de significado real en la hora de realzar el pasado indígena y otorgar una mayor equidad en el terreno social, económico y político a los indígenas del país.
El autor es abogado y escritor.
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