Hay que convenir en que toda la humanidad, conforme pasa el tiempo de padecer al coronavirus, acumula muchas experiencias y enseñanzas que podrían servirle en cualquier circunstancia del futuro. Lo primero que se aprende es conocer y entender lo jamás imaginado como es el hecho de que una enfermedad podría expandirse por todo el planeta y cobrar millones de víctimas y ocasionar pérdidas cuantiosas de todo lo que la humanidad había atesorado durante siglos en que fue dominada por una especie de ignorancia colectiva que nunca dejó prever situaciones no sufridas ni en las guerras más cruentas como es el caso de la 2da. Guerra Mundial que causó millones de muertos y pérdidas jamás imaginadas.
La pandemia en que vivimos deja una lección: una guerra enfrenta a pocos y entre ellos se causa muchas pérdidas, en algún momento, algún otro país se involucra pero no compromete a los demás; en cambio, la guerra total declarada por el coronavirus ha encontrado aliados en todo el planeta y si bien, en total, no causa tantas víctimas como la última guerra mundial, va dejando un reguero de lágrimas, sufrimientos y heridas y muertes difíciles de cuantificar y deja la sensación general de dolor y sufrimientos al margen de que todos se ven obligados a pensar si son las próximas “ganancias” del mortal virus. Cuánta angustia y desazón, cuánto de sentirse indefenso, abandonado, desecho por todo lo que se sospecha que puede suceder y la certeza de que ningún miembro de la familia está seguro de sobrevivir; sentir la sensación de inseguridad y abandono es algo difícil de soportar y cunde la otra guerra, la de los nervios que no dejan paso al razonamiento, a la paciencia, al coraje para soportarlo todo y hasta se debilitan las esperanzas.
Ante un panorama tan incierto, la voluntad del ser humano no puede decaer ni debilitarse; al contrario, debe ser fortalecida por las mismas virtudes y fortaleza moral de cada uno; deben sobresalir sobre cualquier otra dificultad que podría surgir el momento menos pensado. Es preciso que en cada familia surjan fortalezas para que las experiencias recogidas sirvan, fortalezcan los espíritus y, sobre todo, hagan que los sentimientos de solidaridad practicados durante el drama de cinco o más meses se fortalezcan y se hagan formas de vida para ponerlos en práctica en momentos álgidos que podrían presentarse. Las lecciones y experiencias de este tiempo tienen que servir para los cambios para sentir que no se está solitario y que vivimos en la gran familia humana que se debe a sus congéneres con amor, caridad y conciencia de bien común.
Ya no se puede vivir desprevenido, desorientado o desalojado de realidades insoportables que, muchas veces, pueden presentarse mezquinas, insensibles, indolentes y hasta frías con el dolor humano, condiciones morales que muchas veces pueden presentarse aliadas con lo malo que puede acechar en cualquier instante. Estar preparados y prestos para enfrentar lo que pueda venir es preciso y urgente, pero hacerlo con la conciencia de que todos estamos convencidos de las lecciones aprendidas en este tiempo de pandemia y cuarentenas en que se sumió a la humanidad privándola de su mayor bien como es su libertad al margen de padecer sufrimientos jamás imaginados. Pero, lo fundamental, no perder la fe en Dios y fortalecerla conjuntamente otras virtudes que las sabemos necesarias para la convivencia humana.
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