Vivimos en un espacio geográfico con recursos naturales, renovables y no renovables. Algunos de éstos aún no han sido explorados ni explotados, por la inercia de los gobiernos de turno. Éstos priorizaron temas político-ideológicos y no así los relacionados con el desarrollo nacional, en las recientes gestiones, en particular. Consecuentemente: la ciudadanía se siente defraudada y frustrada por estas actitudes que determinaron la postergación del Estado boliviano.
En este contexto, el ex titular de Economía, Luis Arce Catacora, ahora candidato a la Presidencia, nos dejó un déficit fiscal del orden de Bs. 18 mil millones en el Tesoro General de la Nación, según denunció el ministro de Economía y Finanzas Públicas, José Luis Parada. “Definitivamente en catorce años nadie hizo una fiscalización y nos mostraron un país que no era la realidad”, acotó la autoridad. He ahí el legado que recibimos del “genio” de la economía.
Ahora, para el colmo de males, estamos conminados, nuevamente, a votar, en medio de una maldita pandemia, que pretende devastar a la especie humana. Y luego del mega – fraude, del 20 de octubre del 2019, cuya realización le costó al país alrededor de 217 millones de dólares. Así lo determinaron quienes viven de la actividad política dentro y fuera de nuestras fronteras. Quienes medraron, lícita o ilícitamente, a costa del erario nacional. De todos modos una propagación del coronavirus, a partir de la “fiesta democrática” de septiembre, será responsabilidad directa de aquellos personajes que promueven elecciones, inmediatas, sin haber consultado, previamente, a las instancias técnico – científicas.
Tenemos más de siete millones de electores y un poco más de cinco mil recintos de votación, hasta el momento, en el país. El presidente del Tribunal Supremo Electoral, Salvador Romero, indicó que se gestionará un presupuesto adicional, para tal evento, que garantice la salud de todos los bolivianos, en el proceso electoral. Ojalá dicho presupuesto sea entregado al ente respectivo, acompañado de un antídoto contra el virus de origen chino. A fin que éste no haga su agosto, en el mes de la juventud.
Otro tema de interés común es el siguiente. En dictadura y democracia la corrupción ha menguado nuestra economía. Ha succionado los recursos del erario nacional, a favor de intereses particulares. Ha generado “nuevos ricos” que no tienen amor a la Patria sino al dinero mal habido. La sobriedad, por lo tanto, ha desaparecido y se impone la ostentación, como afrenta a los necesitados, que engrosan, día que pasa, sus filas. Nos hicieron creer que el número de éstos había sido reducido en los últimos catorce años. Pero la realidad es otra, desgraciadamente.
Con el surgimiento de los “nuevos ricos”, o grupúsculos privilegiados en regímenes de tendencia autoritaria en particular, las desigualdades en el país se han profundizado. Brotaron ellos como hongos, por doquier y sin control alguno. Dando la impresión que Bolivia, pequeña y enclaustrada por designios expansionistas, es tierra fértil para quienes quieran enriquecerse, de manera dudosa. Y de la noche a la mañana, por si haya duda.
La imagen de la clase política siempre estuvo cuestionada. Seguramente por ese asunto de los “nuevos ricos”. Éste ha salpicado, hoy como ayer, casi a todos, involucrando, obviamente, siglas y colores. Quizá algunos pudieron salvarse de la ola de críticas, al haber ratificado una conducta rectilínea, transparente e intachable. Y son muy pocos.
Amasaron fortuna manejando el discurso a favor de los excluidos. Con ese propósito inyectaron odio, discriminación y racismo. No estuvo ausente el regionalismo que propicia el desencuentro, que confronta a los que nacieron en el oriente y occidente. En todo caso fueron indiferentes e insensibles con los bolivianos que estuvieron inmersos en las estrecheces más inconcebibles.
Los “nuevos ricos” tienen como dios al dinero. Y como guía al caudillo de turno, de quien se colgaron para lograr sus objetivos. Para contar con depósitos bancarios no sólo en el interior sino el exterior de Bolivia. “Barriga llena, corazón contento, viva nuestro movimiento”, dirían, posiblemente.
En suma: no podemos cambiar el pasado, pero sí el futuro, por el bien común, con entendimiento y esfuerzo mancomunado.
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