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El veneno del pesimismo

Ernesto Bascopé Guzmán

El antiguo régimen, hábil en toda clase de fraudes y mentiras, aplicó una receta extremadamente eficaz para gobernar durante década y media. Esta receta, muy popular entre los autócratas, consistía esencialmente en concentrar todo el poder en pocas manos y en eliminar, ya sea por cooptación o intimidación, a cualquier institución que tuviera veleidades de independencia y espíritu crítico.

En ese sentido, se dedicaron a destruir cualquier resto de institucionalidad en el Estado, convirtieron al parlamento en un costoso aparato decorativo y vaciaron de todo contenido a las autonomías. No contentos con ello, persiguieron a la prensa libre y compraron la lealtad, por casi nada, de sindicatos, movimientos sociales y no pocos intelectuales.

Sin embargo, todo esto no hubiera sido posible sin un elemento esencial de todo sistema autoritario: el veneno del pesimismo.

Para tener éxito en la tarea de establecer un régimen autoritario, todo aprendiz de tirano sabe que debe eliminar cualquier posibilidad de esperanza entre los ciudadanos. Éstos tienen que asumir la inevitabilidad del autócrata y ser incapaces de imaginar un futuro sin su presencia. Es justamente por esta razón que el MAS gastó tanto en propaganda y en intelectuales mercenarios. Necesitaban convencer a la población de que nada podía existir fuera de la sombra de su triste caudillo.

Pero eso nunca es suficiente. Ninguna propaganda puede ocultar por mucho tiempo la ineptitud y los crímenes propios de los regímenes autoritarios. Para completar su abyecto proyecto de permanencia indefinida en el poder, los autoritarios necesitaban persuadir a la ciudadanía de que la corrupción y la incapacidad son características naturales de todos los bolivianos.

En otras palabras, se trataba de desmoralizar a la población, convenciéndola de que la vileza de sus gobernantes era el reflejo de todos nosotros. Incluso emplearon la grosería manifiesta de su líder para afirmar que el pueblo se comporta siempre de esa manera grotesca y elemental.

Su objetivo consistía entonces en infundirnos una visión pesimista de Bolivia. La idea era envilecernos al punto de llevarnos a aceptar como normales la deshonestidad, la astucia fraudulenta y la doble moral.

Evidentemente, fracasaron en su perverso cometido. La ciudadanía no aceptó que se anulara el referéndum del 21 de febrero de 2016 y menos aun toleró el fraude electoral de octubre pasado. Como es sabido, una insurrección popular expulsó a los autores del engaño, dando inicio así a un lento, y todavía incierto, proceso de recuperación democrática. Bolivia demostraba una vez más su intransigencia con los tiranos.

Desafortunadamente, los candidatos de la antigua oposición han cometido demasiados errores en este periodo de transición. Obnubilados por la posibilidad de ocupar la presidencia, dichos candidatos demuestran una terrible mediocridad y no logran demostrar a la población que podemos tener una mejor clase política.

El resultado sólo puede ser negativo, si persisten en esta actitud gris y anodina. De alguna manera, su incapacidad para adoptar un comportamiento más elevado termina dando razón a los promotores del pesimismo. En última instancia, muchos electores terminarán aceptando que no merecemos nada mejor que el MAS y hasta votarán por el partido del fraude. Tal es el riesgo que corremos si los candidatos democráticos no cambian de rumbo.

El autor es politólogo.

 
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