Tenemos un parlamento en absoluto sometido a los jefes de los partidos políticos, de modo que el primer órgano del Estado carece de criterio propio e independiente. Transcurre mucho tiempo en el cual carecemos de parlamentarios que rompan esa dependencia, saliendo de la sumisión que les habilite para desempeñarse libres de ataduras. El motivo de tal inercia responde a que su elección es un salto, por así decirlo, cual el señalamiento digital de sus jefes o por el azar.
En muchos casos son conscientes de que el indicado sitial que ocupan no les corresponde, causa de este sometimiento es su deuda a sus mandos. A ello se suma, en parte, una formación individual escasa que cohíbe de opinión y debate a los legisladores. En resumen, gran parte suma solamente número, siendo popularmente llamados “levanta manos”. A propósito, vemos los dos tercios del MAS, salvando a algunas individualidades.
Siguiendo las consignas partidistas, la Asamblea se trasmuta a una lucha sin cuartel de las facciones, se convierte en un Campo de Agramante o, de ser posible, de extinción de unas facciones frente a otras. En ese estado de cosas, huye el espíritu de comunidad integradora, de conformación de un todo nacional, donde tenga cabida al menos una consciencia holística orientada hacia el bien común, a lo conveniente a todos. Si a este complejo se añade la idea introducida de que el país se divide en 36 naciones autónomas, con normas propias llamadas usos y costumbres y “justicia comunitaria”, el panorama se complica, implantándose la semilla de discordia. La pugna de supremacías de unas naciones sobre otras, no excluye de ese palenque al Órgano Legislativo.
Es un tabú que los partidos políticos pudiesen abrirse al concepto constructivo de invitar como candidatos a personalidades notables --dicho esto con algo de hipérbole--para proponerlos al Legislativo o a los ministerios. Así se lograría elevar el nivel parlamentario y también su valoración hoy deprimida ante la opinión pública. Sería aportar a una mayor lucidez de los debates y de las decisiones políticas, económicas y sociales.
La empatía, la deferencia, entre los partidos y a la vez de sus militantes no debe ser un lejano imposible. Ejemplos desde el extranjero abundan. Sólo citamos algunas pautas ilustrativas. En los años 30 del Siglo XX, en Inglaterra se perfilaban para Primer Ministro, lord Halifax y Winston Churchill, el primero vio que perteneciendo a la Cámara de los Lores no podía influir en la de los Comunes, cedió, pues, el paso a Churchill para Primer Ministro.
Otros ejemplos, pasadas las primarias del Partido Demócrata de 1961, John Kennedy invitó a su contendor y perdedor Adlai Stevenson a la representación o embajada ante la ONU, designación que fue aceptada. Mc Namara destacado republicano, de igual modo, aceptó el nombramiento que le brindó Kennedy para desempeñar la Secretaría o Ministerio de Defensa. En las elecciones presidenciales de 1961, John Kennedy venció al republicano Richard Nixon por algún margen. En un acto extraordinario de gentileza, sin precedentes, el electo visitó a Nixon en su residencia particular.
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