Las medidas puestas en práctica por el gobierno han servido para probar hasta qué punto el pueblo puede ser disciplinado, tener paciencia y soportar los embates del coronavirus que con mucha virulencia ataca al mundo. En el caso de nuestro país hay que agradecer que los efectos del Covid-19 no fueron tan contundentes como ocurrió en muchos países de Europa, Asia y especialmente Estados Unidos, cuya población cuenta con muchas bajas en el curso de todos los días. Circula el criterio de que los pobres pagamos también las faltas de los ricos, aunque en los resultados seamos los menos culpables de maltratar a la naturaleza y con ello al mismo hombre, y así el mal ataca sin discriminación alguna, porque se entiende que todos debemos contribuir a desterrar los males que nos circundan y causan las desgracias que lamentamos.
Lo ocurrido hasta ahora con China, Italia, Gran Bretaña, España, Estados Unidos, Brasil y otros, según criterios (equivocados o no) de muchos que creen en las posibilidades, se debería a que los países más ricos han abusado de la naturaleza y que ésta se ha manifestado en muchos sitios como para lanzar un desafío o prevención para evitar que sigan hechos contrarios al bien común, para que el mundo evite enfrentamientos y guerras que atraen muchos males en perjuicio de la humanidad. El problema adquiere mayores dimensiones y diferencias porque siendo más ricos y con mejores posibilidades tanto para cuidar a la humanidad como a la naturaleza, no lo hacen plenamente. Las naciones receptoras de los males, por ser pobres, sufren más pérdidas humanas. La ciencia busca, por todos los medios, la forma de combatir o detener a la enfermedad y hasta jóvenes de las universidades se abocan a investigar y estudiar el caso, se cree que será posible que el trabajo mancomunado de todos podrá contrarrestar al mal y, entretanto, se repite las recomendaciones para tomar las previsiones del caso con miras a evitar contagios.
La verdad es que pese a los esfuerzos que sean desplegados, hay pueblos indisciplinados, no creyentes, porque hay personas irresponsables que no trepidan ante nada para trasladar la enfermedad, con el falso argumento de que se trata de una falsa alarma, por razones políticas o económicas. Todo muestra que los ejemplos vividos hasta ahora por los países no sirven y más efecto tiene la propaganda o publicidad diseminadas oralmente y cunde el “dice que…”, que causa mucho daño y se convierte en cómplice del drama. Si a todo ello se agrega la insensibilidad e irresponsabilidad de los que incumplen las instrucciones de las autoridades y cometen todo tipo de faltas, el caso adquiere proporciones mayores y causa más daño.
Se espera que todo lo que el mundo experimenta en estos meses, sea una lección de vida para que aprendamos de nuestros errores y cambiemos conductas en pro de toda la humanidad. Cambios que deben producirse no solamente por el medio ambiente sino a favor de todos los pueblos que no deberían sufrir por extrema pobreza, enfermedades de toda índole, carencias y sufrimiento por la falta de alimentos, mortalidad infantil, crímenes, asaltos y guerras. Sobre todo, son las consecuencias de lo malo que hacen los que más tienen pero poseen mucho egoísmo y no pueden compartir lo mucho que tienen con los pocos que se debaten en extrema pobreza y que hoy, por igual, sin discriminaciones, deben sufrir los embates del coronavirus, mal que no sabe de discriminaciones y hace que todos paguen por lo que pocos hacen.
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