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Niños sin escuela, país sin futuro


 

Uno de los graves daños que causa el coronavirus es el cierre obligado de escuelas y colegios, privando de la educación presencial a millones de niños en el mundo entero y muy especialmente en nuestro país, que precisa que su niñez adquiera muchos conocimientos mediante la educación formal. Es evidente que los medios informáticos permiten que parte de la niñez tenga acceso a los programas virtuales en sus casas, pero no resultan suficientes, menos apropiados para todos porque, innegablemente, al menos en Bolivia, como en muchos otros países, no cuentan con la tecnología apropiada para acceder a los sistemas informáticos mediante el Internet. Esos niños, carentes del sistema virtual, quedan relegados y así lo consigan en préstamo, que es ocasional o momentáneo, siempre resulta insuficiente. Esta es, pues, una realidad que por ser discriminante causa graves perjuicios a niños que, como es lógico, querrían contar con los medios que tienen sus compañeros.

Agregar a la extrema pobreza el Covid-19 resulta agrandar el mal de subdesarrollo y dependencia de millones de niños; es agravar la imposibilidad de padres de familia para proporcionar a los suyos lo necesario y, en lo referido a la educación, que se vean postergados en cualquier aspiración de contar con una formación humanística o tener, simplemente, conocimientos rudimentarios de todo lo que sus compañeros hayan alcanzado. Se dirá que los padres podrían ser elementos precisos para ayudar a sus hijos, pero el problema sigue siendo el mismo, por carecer de un elemento técnico como es una computadora que contenga los programas necesarios y los padres, por más conocimientos avanzados que tengan, no siempre podrán atender las urgencias de sus hijos.

El problema es tan grave que bien podría decirse que es casi como la enfermedad que se padece y que, por más esfuerzos que se haga en niveles científicos y médicos, no se encuentra los medios clínicos o medicamentosos para erradicarlo. ¿Qué hacer ante perjuicio tan grande? ¿Cómo reemplazar a la escuela en la formación de los niños? ¿Cómo liberarlos de los muchos males a que están expuestos, sea en las calles y hasta en determinados hogares que no tienen la presencia de la madre? En caso de contar con los elementos tecnológicos, ¿cuentan los maestros con la formación necesaria para “dictar clases” recurriendo al Internet? En fin, habría muchas preguntas más que se debería responder, pero que las propias circunstancias no lo permiten.

¿Y qué pasa con los maestros? ¿Tendrán acceso a toda formación vía Internet? ¿Tendrán ocupación todos los que están en las escuelas? ¿Cómo se reemplaza la compañía, los ejemplos, los consejos directos del maestro, la vigilancia y guía que deben practicar? ¿Sería lo suficientemente fluida, eficaz y eficiente la relación entre padres de familia y maestros? Finalmente, es preciso responder al interrogante: ¿Cuánto será el costo financiero de los cambios tanto para padres de familia como para maestros?

Así, pues, los países del orbe se ven condenados a tener pueblos sin escuelas; por supuesto, con mayor gravedad en las naciones pobres o del Cuarto y Tercer Mundo, abriéndose una grieta mucho más grande y complicada que la existente, con el riesgo de que los males que sufre la humanidad adquieran mayor gravedad.

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