En varias oportunidades, estudios de instituciones internacionales han expresado que América Latina está expuesta a sufrir grados extremos de pobreza; que las condiciones para resolver situaciones críticas no se dan, tanto por falta de mayor producción como de nuevas inversiones o, en algunos casos, por la desigualdad que hay en la producción e inversión de bienes de uso y consumo.
Innegablemente, y desde hace muchos años, hay conciencia en la mayoría de los países del Tercer Mundo y muy especialmente de Latinoamérica en cuanto a que la pobreza extrema que se padece es debido a la falta de unidad e integración de los mismos países y de éstos con los demás del continente, porque cada nación, atenida a su soberbia, no quiere entender que las grandes potencias se han hecho sobre la base de unidad e integración; que, es cierto, empezaron su desarrollo desunidos, disgregados, separados y divididos por regionalismos, idiomas y otras condiciones negativas; pero que han reconocido que así no podían lograr lo que cada uno quería con miras a su futuro.
Cada gobierno, a su turno, se aferró al dicho según el cual “solos estamos mejor que mal acompañados” y que “la integración no solucionará los problemas existentes”; pero la realidad se encargó de mostrarles que han recorrido caminos equivocados y la prueba de ello está en lo que alcanzaron países como Estados Unidos, Canadá y otros en Europa. Al entender que separados, disgregados, con posiciones contrarias por cuestiones de falsos patriotismos o, más claramente, patrioterismos, no han podido alcanzar metas de desarrollo interno y, divididos en regiones, no alcanzan niveles de desarrollo, viven estancados y solo atenidos a lo que producen para cubrir sus necesidades más premiosas. Esta es la realidad que ha primado en muchas naciones que aferradas a “consideraciones nacionalistas y de mantener la propia dignidad encontrando las salidas por medios propios sin recurrir a experiencias ni menos ayudas foráneas, lograrían alcanzar cimas interesantes en la economía”.
Varios intentos de integración han fracasado, como Aladi, Alalc, Mercosur, porque “cada uno quiso ‘conservar su dignidad’ y prefirió andar solo para alcanzar desarrollo y progreso”. No hay, pues, modos de entender que solitarios nunca alcanzarán metas coherentes interesantes para salir de la pobreza, para crear empleo y conformar polos internos de desarrollo con miras a alcanzar a los demás países y formar con ellos procesos de integración cierta, constructiva, productiva y competitiva. Mientras subsistan condiciones de falsos nacionalismos, será difícil salir de la pobreza y cada país seguirá en posición de vivir separado de los demás. Los gobiernos, pues, en tantas reuniones que tienen cada cierto tiempo, deberían preguntarse: ¿Qué conseguimos con la división? ¿A dónde vamos? ¿Entendemos el desarrollo como medio para alcanzar el progreso?
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